Miniussir y Giorgeta:
(Biografía Triestina)
por
Isabel Saiz Giorgeta y Francisco Coloma Colomer
Fuente original: Con Wellington a Waterloo por Pietro Covre (Trieste 1983).
Traducción y Correcciones: Francisco Coloma Saiz (Historiador y chozno de Nicolás de Miniussir y Giorgeta). (Valencia 2016).
Hallazgo del documento: Alfredo Bonilla Giorgeta (Historiador y tataranieto de Nicolás de Miniussir y Giorgeta). (Trieste 2015).
Mariscal de Campo D. Nicolás de Miniussir y Giorgeta
PREFACIO
El padre Ireneo della Croce (1627-1713), carmelitano descalzo triestino considerado el primer historiador de su ciudad, a propósito de cuantos no demuestran interés alguno por las vicisitudes de su pueblo, observa que ignorar el origen de la patria no es menos vergonzante que ignorar el del nacimiento propio. Sensible a este antiguo y sabio aforismo, el autor del presente trabajo tratará de iluminar con noticias y hechos inéditos la figura casi legendaria de un personaje que en el siglo pasado, en lugares lejanos y en circunstancias dramáticas, ensalzó el nombre de Trieste, su tierra natal. Se trata de Nicolò di Miniussi (1788-1868) (En España: Nicolás de Miniussir y Giorgeta. Fecha oficial en España: 1794-1868), general del ejército español y héroe de la guerra peninsular combatida conjuntamente con ingleses y portugueses contra los invasores napoleónicos, y que más adelante se hallará al lado de Wellington en la fatídica jornada de Waterloo.
En lo tocante a su fecha de nacimiento, las fuentes son muy discordantes: en una sucinta biografía publicada en Madrid en 1855 (y que parece dictada por él mismo) (Biografía del Mariscal de Campo Don Nicolás de Miniussir. Colección del Archivo Militar: “Estado Mayor del Ejército Español”, 1855), vienen indicados el día 21 de enero y el año 1794, mientras que en la necrológica publicada por “L’Osservatore Triestino” del 19 de mayo de 1868 concuerdan día y mes pero no año, indicado esta vez como el 1790. Finalmente, consultando los libros bautismales custodiados en la oficina parroquial de la iglesia de Santa María la Mayor resulta que Nicoló Gaudenzio Vincenzo Miniussi, hijo de Giacomo (Roque de Miniussir en certificado de bautismo de su nieto César) (apodado “Caponi”, cafetero de profesión) y de Margherita Giorgetti (Margarita Giorgeta en certificado de bautismo de su nieto César), fue bautizado en dicha iglesia el 21 de enero de 1788. Esta fecha debe considerarse como la más fiable, sobre todo si se la pone en relación con los hechos que siguen a continuación.
Cabe también destacar que en la arriba citada biografía el apellido del general resulta regularmente modificado a Miniussir; no se ha encontrado explicación alguna que resulte plausible a la hora de dar respuesta a tal licencia gráfica que fue seguramente autorizada por parte del interesado.
Las noticias a propósito de este excepcional comandante militar triestino contenidas en los diferentes textos de historia local son muy escasas y genéricas; descuidan hechos también realmente importantes, y están, en cualquier caso, privadas del necesario y merecido relieve. Y sí que la ciudad de Trieste debería tener buenos motivos para glorificarse de éste su hijo que, partido en edad joven de su patria, fue ascendido, únicamente por valor personal, a todos los grados de la jerarquía militar española, desempeñó con brillantes resultados encargos diplomáticos delicadísimos, mantuvo amistosas relaciones con las mayores personalidades políticas y militares de su tiempo, no sólo españolas, sino también inglesas, austríacas y francesas. Por la fiereza de su carácter y la sincera fidelidad a los ideales en que creía, conoció momentos de gloria, pero también tristes días de incomodidad que lo llevaron por la dura vía del exilio. Encargado por el gobierno español para el desarrollo de importantes misiones de carácter diplomático, Miniussi alcanzó Viena, Londres, París, Lisboa y Alemania, prestando siempre servicios de alta responsabilidad que fueron llevaderos gracias a su perfecto conocimiento de las lenguas habladas en aquellos países.
A pesar de que la intensa actividad militar y la notable lontananza lo mantuvieron durante largos períodos alejado de su ciudad natal, en el plano epistolar los contactos con Trieste fueron siempre intensos. Particularmente afectuosos resultaron aquellos mantenidos con su hermano Giacomo (Jacobo o Jaime en España) (propietario de la farmacia “Al Castoro”), y con su sobrino Leopoldo Colnhuber, en aquellos días uno de los más renombrados arquitectos triestinos.
En lo tocante a su fecha de nacimiento, las fuentes son muy discordantes: en una sucinta biografía publicada en Madrid en 1855 (y que parece dictada por él mismo) (Biografía del Mariscal de Campo Don Nicolás de Miniussir. Colección del Archivo Militar: “Estado Mayor del Ejército Español”, 1855), vienen indicados el día 21 de enero y el año 1794, mientras que en la necrológica publicada por “L’Osservatore Triestino” del 19 de mayo de 1868 concuerdan día y mes pero no año, indicado esta vez como el 1790. Finalmente, consultando los libros bautismales custodiados en la oficina parroquial de la iglesia de Santa María la Mayor resulta que Nicoló Gaudenzio Vincenzo Miniussi, hijo de Giacomo (Roque de Miniussir en certificado de bautismo de su nieto César) (apodado “Caponi”, cafetero de profesión) y de Margherita Giorgetti (Margarita Giorgeta en certificado de bautismo de su nieto César), fue bautizado en dicha iglesia el 21 de enero de 1788. Esta fecha debe considerarse como la más fiable, sobre todo si se la pone en relación con los hechos que siguen a continuación.
Cabe también destacar que en la arriba citada biografía el apellido del general resulta regularmente modificado a Miniussir; no se ha encontrado explicación alguna que resulte plausible a la hora de dar respuesta a tal licencia gráfica que fue seguramente autorizada por parte del interesado.
Las noticias a propósito de este excepcional comandante militar triestino contenidas en los diferentes textos de historia local son muy escasas y genéricas; descuidan hechos también realmente importantes, y están, en cualquier caso, privadas del necesario y merecido relieve. Y sí que la ciudad de Trieste debería tener buenos motivos para glorificarse de éste su hijo que, partido en edad joven de su patria, fue ascendido, únicamente por valor personal, a todos los grados de la jerarquía militar española, desempeñó con brillantes resultados encargos diplomáticos delicadísimos, mantuvo amistosas relaciones con las mayores personalidades políticas y militares de su tiempo, no sólo españolas, sino también inglesas, austríacas y francesas. Por la fiereza de su carácter y la sincera fidelidad a los ideales en que creía, conoció momentos de gloria, pero también tristes días de incomodidad que lo llevaron por la dura vía del exilio. Encargado por el gobierno español para el desarrollo de importantes misiones de carácter diplomático, Miniussi alcanzó Viena, Londres, París, Lisboa y Alemania, prestando siempre servicios de alta responsabilidad que fueron llevaderos gracias a su perfecto conocimiento de las lenguas habladas en aquellos países.
A pesar de que la intensa actividad militar y la notable lontananza lo mantuvieron durante largos períodos alejado de su ciudad natal, en el plano epistolar los contactos con Trieste fueron siempre intensos. Particularmente afectuosos resultaron aquellos mantenidos con su hermano Giacomo (Jacobo o Jaime en España) (propietario de la farmacia “Al Castoro”), y con su sobrino Leopoldo Colnhuber, en aquellos días uno de los más renombrados arquitectos triestinos.
Leopoldo Colnhuber .
Al respecto, cabe recordar que éste fue un personaje de primera línea en la Trieste de entonces: hijo de Giuseppe, ingeniero adjunto de las Pubbliche Fabriche (Pietro Nobile era el director supremo), Leopoldo siguió la estela de su padre. Poco después y laureado, emprendió muchos viajes por motivo de estudio recalando en Alemania, Italia, Austria y Bélgica. Obras suyas en Trieste son: la casa Ara de la calle Diaz 16 construida en 1851, la de calle Felica Venezan (más tarde adquirida por el barón Currò) que es de 1845, como también la casa de calle Rossini 10 que da al canal y conocida como la casa Homero de 1851. A proyecto del ingeniero Giuseppe Bernardini, en 1858, construyó la iglesia de los Padri Mechitaristi en la calle Giustinelli, siendo también obra suya el edificio de calle Ghega 17 y otros más en diversas partes de la ciudad. En 1858 el arquitecto Leopoldo Colnhuber ingresó en el Consejo decenal a instancias del gobierno (o a sueldo del gobierno).
Al respecto, cabe recordar que éste fue un personaje de primera línea en la Trieste de entonces: hijo de Giuseppe, ingeniero adjunto de las Pubbliche Fabriche (Pietro Nobile era el director supremo), Leopoldo siguió la estela de su padre. Poco después y laureado, emprendió muchos viajes por motivo de estudio recalando en Alemania, Italia, Austria y Bélgica. Obras suyas en Trieste son: la casa Ara de la calle Diaz 16 construida en 1851, la de calle Felica Venezan (más tarde adquirida por el barón Currò) que es de 1845, como también la casa de calle Rossini 10 que da al canal y conocida como la casa Homero de 1851. A proyecto del ingeniero Giuseppe Bernardini, en 1858, construyó la iglesia de los Padri Mechitaristi en la calle Giustinelli, siendo también obra suya el edificio de calle Ghega 17 y otros más en diversas partes de la ciudad. En 1858 el arquitecto Leopoldo Colnhuber ingresó en el Consejo decenal a instancias del gobierno (o a sueldo del gobierno).
El amor que Miniussi profesaba por su ciudad, nunca venido a menos pese a tantas separaciones, era tan profundo que por un momento pensó abandonar la brillante posición militar alcanzada en España y volver a Trieste para asumir el mando de la recién constituida Guardia Nacional (marzo de 1848), pero el cariz de los acontecimientos, la distancia y la dificultad de los contactos, no permitieron la realización de su generoso proyecto (tras la renuncia de Espartero a la Regencia española, Miniussir dimitió de la comandancia de Ciudad Real y el 26 de diciembre de 1844 es acusado por el gobierno de Narváez. Esta orden no fue revocada hasta julio de 1847, concediéndosele entonces cuartel. Ver: Mariscal de Campo Nicolás de Miniussir y Giorgeta en blogcoloma).
Cada vez que tuvo la posibilidad (y parece que fueron pocas), Nicolò corrió a Trieste para abrazar de nuevo a sus allegados; pero sus visitas fueron escasas; copiosa fue, por el contrario, la correspondencia que puntualmente llegaba “con el vapor”, siempre dirigida a la farmacia “Al Castoro” de la calle Cavana.
En el mes de agosto de 1848, durante un permiso/estancia en Viena tuvo la fortuna de asistir a aquellos acontecimientos históricos que tanta repercusión tendrían en casi toda Europa, y de los cuales se dará más amplia noticia a seguir. Consta que en la capital austríaca mantuvo relaciones amistosas con personajes de renombre como el barón Carlo Ludovico de Bruck y el conde Francesco Stadion, ambos beneméritos fautores del progreso económico de Trieste; relaciones que corroboran la gran consideración en que era tenido también en aquel difícil aunque prestigioso ambiente.
Es hondo el pesar de no haber conseguido recabar mayor número de noticias referentes a este interesante personaje del ochocientos triestino, pero se augura que otros en el futuro tendrán la posibilidad de hacerlo; se confía, con todo, que el presente tardío homenaje a la memoria del general Nicolò de Minniusi sea del agrado de todos aquellos triestinos que desean conocer a los hombres y las cosas de un pasado no tan lejano.
Cada vez que tuvo la posibilidad (y parece que fueron pocas), Nicolò corrió a Trieste para abrazar de nuevo a sus allegados; pero sus visitas fueron escasas; copiosa fue, por el contrario, la correspondencia que puntualmente llegaba “con el vapor”, siempre dirigida a la farmacia “Al Castoro” de la calle Cavana.
En el mes de agosto de 1848, durante un permiso/estancia en Viena tuvo la fortuna de asistir a aquellos acontecimientos históricos que tanta repercusión tendrían en casi toda Europa, y de los cuales se dará más amplia noticia a seguir. Consta que en la capital austríaca mantuvo relaciones amistosas con personajes de renombre como el barón Carlo Ludovico de Bruck y el conde Francesco Stadion, ambos beneméritos fautores del progreso económico de Trieste; relaciones que corroboran la gran consideración en que era tenido también en aquel difícil aunque prestigioso ambiente.
Es hondo el pesar de no haber conseguido recabar mayor número de noticias referentes a este interesante personaje del ochocientos triestino, pero se augura que otros en el futuro tendrán la posibilidad de hacerlo; se confía, con todo, que el presente tardío homenaje a la memoria del general Nicolò de Minniusi sea del agrado de todos aquellos triestinos que desean conocer a los hombres y las cosas de un pasado no tan lejano.
TRIESTE Y ESPAÑA
Las relaciones entre Trieste y España no fueron jamás ni muy intensas ni muy importantes. Sin embargo, existieron y, en esta ocasión, se ha considerado oportuno recordar algunas, si bien de un modo muy sumario.
Se ha encontrado noticia de que en 1509 el patricio triestino Antonio de Leo retornó a la patria desde España, donde se había trasladado en fecha desconocida (probablemente con sus progenitores). Aquella tierra debió impresionarle tan fuertemente que en 1514 volvió a ella permaneciendo allí hasta 1520. Confirmando toda esta admiración, uno de sus hijos, de nombre Pietro, fue apodado “Hispano”.
Entre 1449 y 1458, un obispo de origen español, Antonio Peréguez Castillejo (la grafía del nombre varía en función de los documentos), ocupó la cátedra de San Giusto. Parece que este sacerdote no dejó buen recuerdo de sí en el ámbito de la diócesis triestina por cuanto fue transferido a la sede de Cagliari en el año arriba indicado.
No sólo a un obispo sino también a un capitán español tuvo que sufrir (viene al caso decirlo) la ciudad de Trieste, y éste fue el coronel (en tanto grado militar) Giovanni Hoyos, que representó al emperador Fernando I en la ciudad adriática entre 1547 y 1560. De carácter cualquier cosa menos fácil, este capitán, que tenía en sus dependencias en calidad de secretario a un cierto Cristóbal Hernández de Villanueva, paisano suyo, no se granjeó en la ciudad simpatía alguna (en rigor, era difícil granjeársela), tanto que durante su gobierno muchas fueron las diatribas que estallaron entre él y la autoridad comunal. Así y todo, una lápida murada sobre los graderíos del castillo de Trieste transmite a los siguientes el recuerdo de este controvertido capitán ibérico.
Bien distinto recuerdo dejaron el caballero Carlo Alessandro de Lellis, cónsul de España en Trieste entre 1792 y 1822, y el almirante Camilo de Spinola, comandante de la escuadra naval de Su Católica Majestad anclada en el puerto de Trieste durante la primera ocupación francesa, naves dispuestas con el fin de embarcar una carga de argento vivo (mercurio) proveniente de los minas de Idria. Gracias a su actuación, la contribución impuesta por los franceses a los ciudadanos fue reducida de los tres millones de liras iniciales a dos millones setecientas mil. Por tanto, en fecha 8 de julio de 1797 “el Noble Consejo Mayor de esta ciudad en reconocimiento a entrambos el Señor Marqués de Spinola y el Caballero de Lellis, los declara por aclamación popular Patricios de esta Ciudad, y por consiguiente partícipes de todos los honores, dignidades y prerrogativas competentes al resto de miembros de este Noble Consejo Mayor”.
Otro elemento que liga la ciudad de Trieste a los hechos dinásticos de la monarquía española viene representado por los varios pretendientes carlistas que escogieron a esta lejana ciudad adriática como última tierra de sus respectivos exilios. En la catedral de San Justo, a los pies del altar de la capilla dedicada a San Carlos Borromeo, están alineadas algunas lápidas de mármol negro que recuerdan a algunos miembros de la familia real española de la rama carlista. El primero fue Carlos V, hermano de Fernando VII; éste, no habiendo tenido hijo varón, con objeto de reservar el trono a su hija Isabel, abolió la Ley Sálica, que negaba el derecho a la descendencia femenina, excluyendo así a su hermano de cualquier pretensión dinástica: arrancó por esta causa la añosa, y bajo ciertos aspectos romántica, cuestión carlista española. En 1833, el hermano de Fernando VII fue proclamado por sus seguidores rey de España con el título de Carlos V, pero después de largas y alternadas operaciones militares desarrolladas en las provincias del norte, el pretendiente fue definitivamente derrotado por las fuerzas leales (entre las cuales militaba también Niccolò Miniusi): abandonado el suelo patrio, se refugió con la familia en Trieste, donde murió el 10 de marzo de 1855.
Se ha encontrado noticia de que en 1509 el patricio triestino Antonio de Leo retornó a la patria desde España, donde se había trasladado en fecha desconocida (probablemente con sus progenitores). Aquella tierra debió impresionarle tan fuertemente que en 1514 volvió a ella permaneciendo allí hasta 1520. Confirmando toda esta admiración, uno de sus hijos, de nombre Pietro, fue apodado “Hispano”.
Entre 1449 y 1458, un obispo de origen español, Antonio Peréguez Castillejo (la grafía del nombre varía en función de los documentos), ocupó la cátedra de San Giusto. Parece que este sacerdote no dejó buen recuerdo de sí en el ámbito de la diócesis triestina por cuanto fue transferido a la sede de Cagliari en el año arriba indicado.
No sólo a un obispo sino también a un capitán español tuvo que sufrir (viene al caso decirlo) la ciudad de Trieste, y éste fue el coronel (en tanto grado militar) Giovanni Hoyos, que representó al emperador Fernando I en la ciudad adriática entre 1547 y 1560. De carácter cualquier cosa menos fácil, este capitán, que tenía en sus dependencias en calidad de secretario a un cierto Cristóbal Hernández de Villanueva, paisano suyo, no se granjeó en la ciudad simpatía alguna (en rigor, era difícil granjeársela), tanto que durante su gobierno muchas fueron las diatribas que estallaron entre él y la autoridad comunal. Así y todo, una lápida murada sobre los graderíos del castillo de Trieste transmite a los siguientes el recuerdo de este controvertido capitán ibérico.
Bien distinto recuerdo dejaron el caballero Carlo Alessandro de Lellis, cónsul de España en Trieste entre 1792 y 1822, y el almirante Camilo de Spinola, comandante de la escuadra naval de Su Católica Majestad anclada en el puerto de Trieste durante la primera ocupación francesa, naves dispuestas con el fin de embarcar una carga de argento vivo (mercurio) proveniente de los minas de Idria. Gracias a su actuación, la contribución impuesta por los franceses a los ciudadanos fue reducida de los tres millones de liras iniciales a dos millones setecientas mil. Por tanto, en fecha 8 de julio de 1797 “el Noble Consejo Mayor de esta ciudad en reconocimiento a entrambos el Señor Marqués de Spinola y el Caballero de Lellis, los declara por aclamación popular Patricios de esta Ciudad, y por consiguiente partícipes de todos los honores, dignidades y prerrogativas competentes al resto de miembros de este Noble Consejo Mayor”.
Otro elemento que liga la ciudad de Trieste a los hechos dinásticos de la monarquía española viene representado por los varios pretendientes carlistas que escogieron a esta lejana ciudad adriática como última tierra de sus respectivos exilios. En la catedral de San Justo, a los pies del altar de la capilla dedicada a San Carlos Borromeo, están alineadas algunas lápidas de mármol negro que recuerdan a algunos miembros de la familia real española de la rama carlista. El primero fue Carlos V, hermano de Fernando VII; éste, no habiendo tenido hijo varón, con objeto de reservar el trono a su hija Isabel, abolió la Ley Sálica, que negaba el derecho a la descendencia femenina, excluyendo así a su hermano de cualquier pretensión dinástica: arrancó por esta causa la añosa, y bajo ciertos aspectos romántica, cuestión carlista española. En 1833, el hermano de Fernando VII fue proclamado por sus seguidores rey de España con el título de Carlos V, pero después de largas y alternadas operaciones militares desarrolladas en las provincias del norte, el pretendiente fue definitivamente derrotado por las fuerzas leales (entre las cuales militaba también Niccolò Miniusi): abandonado el suelo patrio, se refugió con la familia en Trieste, donde murió el 10 de marzo de 1855.
LAS PRIMERAS ARMAS
Pocos gratos recuerdos habían dejado a Trieste las dos primeras, y afortunadamente breves, ocupaciones francesas de 1797 y 1805, acontecimientos que truncaron repentinamente una florida situación económica todavía en fase de pleno desarrollo. Golpeada por la crisis consiguiente al enrarecimiento del tráfico, muchas casas de comercio triestinas habían ya cerrado sus puertas, numerosos comerciantes habían abandonado la ciudad, y la incertidumbre del mañana frenaba cada nueva iniciativa, tanto edilicia como comercial. Sumado a esto, estos recién llegados buscaban, ciertamente con escaso éxito, hacer propaganda de sus nuevas teorías jacobinas, sazonadas con solemnes afirmaciones de libertad y fraternidad, obteniendo como único resultado la hostilidad y desconfianza de la población.
A finales del siglo XVIII, la ciudad de Trieste se hallaba ya notablemente expandida más allá de las antiguas murallas medievales, nuevos barrios habían florecido más allá del Canal Grande, sobre las dos orillas del Torrente y en la zona de los Santos Mártires. Trabajaban a pleno rendimiento fábricas de candelas, resolí, confites, jabones, cordajes, ceras y mayólica: en el mismo período el cantero Panfili botaba sus primeras unidades. Los capaces almacenes en los sótanos de las nuevas casas del Borgo Teresiano siempre colmados de mercancías provenientes de los cuatro costados de la Tierra, eran la mejor confirmación de las óptimas relaciones comerciales ahora sí establecidas con todos los países civilizados; una situación económica sólida y envidiable que quedó drásticamente reducida por los altercados provocados por la gran aventura napoleónica.
El inicio de la tercera y última ocupación francesa de Trieste, ocurrido el 17 de mayo de 1809, encontró al joven Nicolò Miniussi en una posición fuertemente crítica hacia aquel sistema de gobierno, culpable, a sus ojos, de haber provocado la ruina económica de la ciudad, y de haber difundido unas nuevas ideas hacia las cuales probaba una decidida aversión. Apenas veinteañero, los estudios ya terminados con éxito, leal de carácter pero de temperamento ardiente y aventurero, halló rápidamente el modo de sofocar sus ambiciones enrolándose en uno de los dos batallones de cazadores, y precisamente en aquél comandado por el conde Paolo Brigido, quedando el otro a las órdenes del conde Raimondo Thurn (o de la Torre), formaciones que sobre el Carso triestino trataron, en verdad sin demasiada fortuna, de obstaculizar los movimientos de las tropas francesas. Lamentablemente, el resultado negativo del sangriento encuentro de Prevallo (25 de abril de 1809), señaló el fin de aquel entusiasta arranque patriótico brindado por los voluntarios triestinos, y los dos batallones vencidos y dispersos quedaron deshechos. Pero Nicolò Miniussi no quiso arredrarse tras aquel primer fracaso militar de su vida, y poco después encontró el modo de enrolarse en el batallón istriano de la Landwehr, donde, merced a su óptimo comportamiento, fue promocionado al grado de alférez, y nombrado ayudante mayor del mayor Schlechter.
La conclusión de la desfavorable campaña de 1809 encontró a Miniussi desplazado de servicio en Fiume, a espera de poder reentrar en Trieste; amargado, pero también firmemente decidido a no colaborar con los vencedores, esperaba la ocasión de batirse de nuevo contra éstos en cuanto tuviera oportunidad. Y la ocasión se presentó bajo formas que se pueden definir sin duda como novelescas; por aquellos días, se hallaba anclada en el puerto de Fiume la fragata española “Paz”, allí enviada por la recién constituida Junta Central de Sevilla, con el encargo de rescatar al ministro plenipotenciario de España en Viena, don Eusebio Bardaji y Azara, y a su secretario. Miniussi entabló contacto con el diplomático, se declaró a disposición del gobierno español por estar éste implicado en la lucha contra el francés, en curso entonces en la península Ibérica. A su ejemplo, otros oficiales austríacos pusieron sus espadas al servicio de aquel pueblo insurgente que tenía como objetivo cazar a las tropas napoleónicas que, mediante el engaño, habían ocupado su país. Cabe considerar que tal iniciativa fuera favorecida por el entonces cónsul de España en Trieste caballero Carlo Alessandro de Lellis (de origen italiano), un personaje de gran renombre en la sociedad triestina de aquel momento; hombre de existencia atormentada y rica en pinceladas novelescas, fue abiertamente hospedado por las autoridades francesas de ocupación por la ejemplar lealtad demostrada con respecto al país que representaba. El cónsul de Lellis, tras muchas amargas vivencias personales, murió en Trieste, en el palacio Manezzi, el 24 de julio de 1822.
Constatado el hecho que, pese a su juventud, Miniussi daba impresión de persona recta, confiada, corajosa y de pronta inteligencia, el ministro Eusebio Bardaji y Azara le encomendó una primera importantísima misión. Se trataba de hacer llegar al embajador de España en Constantinopla, don Juan Jabat, una plica con documentos extremadamente reservados en su interior, envío que debía realizarse exclusivamente por tierra. El improvisado mensajero llevó a feliz cumplimiento su misión en un tiempo relativamente breve atravesando, valiéndose de los más variados medios, Slavonia, Hungría y Transilvania, países donde en aquel tiempo el bandidaje era una especie de industria nacional, y de allí rebasados los confines en Orsova sobre el Danubio, con la sola escolta de un jenízaro, entró en territorio otomano atravesando un país todo lo contrario a tranquilo, civilizado y hospitalario, llegando finalmente del todo incólume a Constantinopla. Entregados los documentos al embajador español, Miniussi, tras un breve período de reposo como huésped del diplomático en la capital turca, llegó al puerto de Esmirna donde quedaba anclada una nave española que estaba cargando armas y vestuario por cuenta de la Junta Central de Sevilla, y estaba próxima a partir hacia Cádiz. Provisto de los documentos necesarios expedidos por la embajada, el joven oficial triestino subió a bordo de la nave que, hacia mediados de mayo, tras 42 días de navegación, echó el ancla en el puerto andaluz donde, para su gran sorpresa, acudió a atenderlo el ministro plenipotenciario que había conocido en Fiume.
En tierras de España dio inicio para Nicolò Miniussi aquella maravillosa aventura militar que debía llevarle al contacto directo con los mayores protagonistas de la historia de Europa: un período histórico de entre los más interesantes que se abre con el ocaso de la estrella de Napoleón I, y se cierra con el surgimiento de aquella que iluminará a Napoleón III.
LA FARMACIA
A finales del siglo XVIII, la ciudad de Trieste se hallaba ya notablemente expandida más allá de las antiguas murallas medievales, nuevos barrios habían florecido más allá del Canal Grande, sobre las dos orillas del Torrente y en la zona de los Santos Mártires. Trabajaban a pleno rendimiento fábricas de candelas, resolí, confites, jabones, cordajes, ceras y mayólica: en el mismo período el cantero Panfili botaba sus primeras unidades. Los capaces almacenes en los sótanos de las nuevas casas del Borgo Teresiano siempre colmados de mercancías provenientes de los cuatro costados de la Tierra, eran la mejor confirmación de las óptimas relaciones comerciales ahora sí establecidas con todos los países civilizados; una situación económica sólida y envidiable que quedó drásticamente reducida por los altercados provocados por la gran aventura napoleónica.
El inicio de la tercera y última ocupación francesa de Trieste, ocurrido el 17 de mayo de 1809, encontró al joven Nicolò Miniussi en una posición fuertemente crítica hacia aquel sistema de gobierno, culpable, a sus ojos, de haber provocado la ruina económica de la ciudad, y de haber difundido unas nuevas ideas hacia las cuales probaba una decidida aversión. Apenas veinteañero, los estudios ya terminados con éxito, leal de carácter pero de temperamento ardiente y aventurero, halló rápidamente el modo de sofocar sus ambiciones enrolándose en uno de los dos batallones de cazadores, y precisamente en aquél comandado por el conde Paolo Brigido, quedando el otro a las órdenes del conde Raimondo Thurn (o de la Torre), formaciones que sobre el Carso triestino trataron, en verdad sin demasiada fortuna, de obstaculizar los movimientos de las tropas francesas. Lamentablemente, el resultado negativo del sangriento encuentro de Prevallo (25 de abril de 1809), señaló el fin de aquel entusiasta arranque patriótico brindado por los voluntarios triestinos, y los dos batallones vencidos y dispersos quedaron deshechos. Pero Nicolò Miniussi no quiso arredrarse tras aquel primer fracaso militar de su vida, y poco después encontró el modo de enrolarse en el batallón istriano de la Landwehr, donde, merced a su óptimo comportamiento, fue promocionado al grado de alférez, y nombrado ayudante mayor del mayor Schlechter.
La conclusión de la desfavorable campaña de 1809 encontró a Miniussi desplazado de servicio en Fiume, a espera de poder reentrar en Trieste; amargado, pero también firmemente decidido a no colaborar con los vencedores, esperaba la ocasión de batirse de nuevo contra éstos en cuanto tuviera oportunidad. Y la ocasión se presentó bajo formas que se pueden definir sin duda como novelescas; por aquellos días, se hallaba anclada en el puerto de Fiume la fragata española “Paz”, allí enviada por la recién constituida Junta Central de Sevilla, con el encargo de rescatar al ministro plenipotenciario de España en Viena, don Eusebio Bardaji y Azara, y a su secretario. Miniussi entabló contacto con el diplomático, se declaró a disposición del gobierno español por estar éste implicado en la lucha contra el francés, en curso entonces en la península Ibérica. A su ejemplo, otros oficiales austríacos pusieron sus espadas al servicio de aquel pueblo insurgente que tenía como objetivo cazar a las tropas napoleónicas que, mediante el engaño, habían ocupado su país. Cabe considerar que tal iniciativa fuera favorecida por el entonces cónsul de España en Trieste caballero Carlo Alessandro de Lellis (de origen italiano), un personaje de gran renombre en la sociedad triestina de aquel momento; hombre de existencia atormentada y rica en pinceladas novelescas, fue abiertamente hospedado por las autoridades francesas de ocupación por la ejemplar lealtad demostrada con respecto al país que representaba. El cónsul de Lellis, tras muchas amargas vivencias personales, murió en Trieste, en el palacio Manezzi, el 24 de julio de 1822.
Constatado el hecho que, pese a su juventud, Miniussi daba impresión de persona recta, confiada, corajosa y de pronta inteligencia, el ministro Eusebio Bardaji y Azara le encomendó una primera importantísima misión. Se trataba de hacer llegar al embajador de España en Constantinopla, don Juan Jabat, una plica con documentos extremadamente reservados en su interior, envío que debía realizarse exclusivamente por tierra. El improvisado mensajero llevó a feliz cumplimiento su misión en un tiempo relativamente breve atravesando, valiéndose de los más variados medios, Slavonia, Hungría y Transilvania, países donde en aquel tiempo el bandidaje era una especie de industria nacional, y de allí rebasados los confines en Orsova sobre el Danubio, con la sola escolta de un jenízaro, entró en territorio otomano atravesando un país todo lo contrario a tranquilo, civilizado y hospitalario, llegando finalmente del todo incólume a Constantinopla. Entregados los documentos al embajador español, Miniussi, tras un breve período de reposo como huésped del diplomático en la capital turca, llegó al puerto de Esmirna donde quedaba anclada una nave española que estaba cargando armas y vestuario por cuenta de la Junta Central de Sevilla, y estaba próxima a partir hacia Cádiz. Provisto de los documentos necesarios expedidos por la embajada, el joven oficial triestino subió a bordo de la nave que, hacia mediados de mayo, tras 42 días de navegación, echó el ancla en el puerto andaluz donde, para su gran sorpresa, acudió a atenderlo el ministro plenipotenciario que había conocido en Fiume.
En tierras de España dio inicio para Nicolò Miniussi aquella maravillosa aventura militar que debía llevarle al contacto directo con los mayores protagonistas de la historia de Europa: un período histórico de entre los más interesantes que se abre con el ocaso de la estrella de Napoleón I, y se cierra con el surgimiento de aquella que iluminará a Napoleón III.
LA FARMACIA
La historia de las antiguas “spezierie” (especiarías/droguerías) triestinas, y de los “aromatari” (aromatarios/drogueros) que las regentaban, se remonta a tiempos muy lejanos, y algunas de sus particulares vicisitudes las convierten cuando menos en interesantes y dignas de ser mayormente conocidas, también porque representan una parte no del todo secundaria de remotas crónicas ciudadanas. Todavía en el siglo XVII, los especieros, antes de asumir la “condotta” (título para conducir la especiería), debían prestar juramento en manos del Capitano; dentro de la fórmula usada quedaba previsto el empeño de “ejercita el oficio y arte suyo diligente, sincera y justamente lejos de todo fraude, odio y rencor en la componenda de las medicinas”. Con todo, un estudio de la materia en cuestión, aunque fuera somero, excede a los objetivos de esta biografía: se hará referencia, por tanto, dado que está estrechamente conectada con la vivencia a tratar, a una sola de las viejas y famosas especiarías del ochocientos triestino.
La aún hoy existente farmacia “Al Castoro” de vía Cavana n.11, fue inaugurada (o adquirida) por Giacomo Miniussi en 1839, un año después de haber conseguido la licenciatura (“laurea”) que le autorizaba a desarrollar su delicada profesión. No ha sido fácil recabar noticia completa que glose a este ejemplar de especiario, y aún mayores dificultades han sido encontradas a la hora de seguir la pista del hermano Nicolò, que es el protagonista de esta historia.
La aún hoy existente farmacia “Al Castoro” de vía Cavana n.11, fue inaugurada (o adquirida) por Giacomo Miniussi en 1839, un año después de haber conseguido la licenciatura (“laurea”) que le autorizaba a desarrollar su delicada profesión. No ha sido fácil recabar noticia completa que glose a este ejemplar de especiario, y aún mayores dificultades han sido encontradas a la hora de seguir la pista del hermano Nicolò, que es el protagonista de esta historia.
Giacomo de Miniussir y Giorgeta.
Resulta que Giacomo Miniussi nació en Trieste el 28 de julio de 1802, y que aquí murió el 30 de septiembre de 1880. Vivió célibe y habitó siempre, de cuanto se ha podido averiguar, en vía Cavana n. 13, la casa contigua a la farmacia, la misma en que también naciera el histórico triestino Luigi de Jenner. Consta también que los hermanos Miniussi fueron propietarios de establos y terrenos en otras partes de la ciudad, heredados de su padre Giacomo, el cafetero conocido en la ciudad con el apodo de “Caponi”.
Un suceso del todo imprevisto, acaecido el 7 de noviembre del año 1855, hizo que la farmacia Miniussi subiera a la palestra de la ciudad, dotándola de una ventajosa e inesperada notoriedad. A las nueve y cuarto de aquella mañana el archiduque Fernando Maximiliano, hermano del emperador Francisco José, por entonces en Trieste en calidad de comandante de la marina de guerra austriaca, recorría la calle costera de Campo Marzio guiando un coche tirado por dos caballos. Improvisamente los dos cuadrúpedos desbocados escaparon al control del archiduque, y después de un trecho de carrera desenfrenada la montura volcó arrastrando en la caída al conductor que quedó enredado con las bridas. Maximiliano, que presentaba varias heridas y en estado de confusión, fue rápidamente socorrido por el “alborante” Giuseppe Spolar que lo transportó hasta su casa que por fortuna estaba cercanísima del lugar del incidente (grosso modo en el cruce de las actuales vía Campo Marzio y vía Murat), donde poco después fue visitado por su médico personal y otros sanitarios triestinos. También un tal Domenico Sbisà, un carpintero que se hallaba trabajando allí cerca en la construcción de una almadia, se mostró pródigo a la hora de facilitar los primeros auxilios al desafortunado archiduque. Todas las vendas, medicinas, desinfectantes, las pomadas y los ungüentos fueron adquiridos en la vecina (tal como viene definida en las crónicas de la época, aunque en realidad se hallase más bien alejada) farmacia Miniussi de vía Cavana.
En tal ocasión el servicio debió resultar tan premuroso, eficaz y plenamente satisfactorio que, bien por las buenas críticas del ilustre paciente, bien por las de su médico (el doctor Trogher), la especiería Al Castoro fue honrada con el título de Farmacia de la Corte o Archiducal, y fue en ésta que desde entonces Maximiliano y su séquito continuaron abasteciéndose de medicamentos y demás material sanitario. Este episodio del que fue víctima el archiduque no es inédito, ya que fue tratado en posteriores ocasiones, pero dada la importancia que reviste para la historia de la farmacia, se ha estimado útil y obligado evocarlo.
Estos breves apuntes históricos han sido considerados necesarios en la medida que la especiería de vía Cavana constituía el anillo de conjunción entre Nicolò y su Trieste: de hecho, aquí hacía llegar su correspondencia, aquí eran abiertas y comentadas las cartas que enviaba sea al hermano Giacomo sea al predilecto sobrino Leopoldo Colnhuber; aquí escribían a este último, generalmente por cuestiones artísticas o de carácter técnico, el canónigo Pietro Stancovich, el pintor veneciano Sebastiano Santi y aquel “pordenonese” Michelangelo Grigoletti, así como los escultores Bosa y Piccoli. Se imagina que en la rebotica de esta farmacia (conservada en su estado original hasta hace pocos años), se habrían reunido todos estos personajes cuando estuvieran de paso por Trieste, incluido Nicolò, las pocas veces que el oficial encontrara tiempo para reencontrarse con la familia.
Giacomo Miniussi figura como propietario de la farmacia “Al Castoro” desde 1839 (1838 según otras fuentes), y hasta 1880, año en que pasó a mejor vida. En 1848 fue nombrado “Capo soprastante del Gremio farmacéutico”, cargo que conservó seguramente hasta 1862; un año antes de dicha fecha fue autorizado a arrogarse el título de “Farmacéutico Archiducal”, y poco más tarde también con el de “Farmacéutico Imperial”. Por sus méritos obtuvo el caballerato de la Orden Pontificia de San Silvestre; en 1853 es añadido como socio del Casino Viejo de Trieste (propuesto por Antonio Madonizza), resulta además que diez años antes había suscrito una copia del volumen “La caída de S. Juan de Acre”, una novela histórica salida de la pluma de aquel ecléctico personaje que era el caballero Bartolomeo Bertolini, ex capitán de la guardia imperial napoleónica.
En recuerdo de los servicios prestados y de los honores recibidos, en 1868 contribuyó con 50 florines a la suscripción promovida por el “aposito comitato” instituido con el objeto de erigir un monumento en recuerdo del malogrado Emperador de México.
Poco antes de morir destinó una importante beca de estudios (252 florines anuales) para que un alumno pudiera realizar los estudios de farmacia en la universidad austríaca de su elección.
Como ya mencionado, mantuvo siempre una afectuosa relación con su hermano Nicolò, tanto que en 1841, deseando reencontrarse con éste, se trasladó a España; en una carta enviada desde Cádiz (de la cual se dará más amplia noticia a seguir), y dirigida al sobrino Leopoldo, Giacomo Miniussi, preocupado por su farmacia, le encarga la supervisión de la misma.
A su muerte, ésta pasó al hijo adoptivo Benedetto Wlach Miniussi, que la conservó hasta 1894, y después de varios otros traspasos, la vieja especiería (desde hace poco completamente remozada) fue adquirida por el doctor Livio Merluzzi, hoy día propietario.
Resulta que Giacomo Miniussi nació en Trieste el 28 de julio de 1802, y que aquí murió el 30 de septiembre de 1880. Vivió célibe y habitó siempre, de cuanto se ha podido averiguar, en vía Cavana n. 13, la casa contigua a la farmacia, la misma en que también naciera el histórico triestino Luigi de Jenner. Consta también que los hermanos Miniussi fueron propietarios de establos y terrenos en otras partes de la ciudad, heredados de su padre Giacomo, el cafetero conocido en la ciudad con el apodo de “Caponi”.
Un suceso del todo imprevisto, acaecido el 7 de noviembre del año 1855, hizo que la farmacia Miniussi subiera a la palestra de la ciudad, dotándola de una ventajosa e inesperada notoriedad. A las nueve y cuarto de aquella mañana el archiduque Fernando Maximiliano, hermano del emperador Francisco José, por entonces en Trieste en calidad de comandante de la marina de guerra austriaca, recorría la calle costera de Campo Marzio guiando un coche tirado por dos caballos. Improvisamente los dos cuadrúpedos desbocados escaparon al control del archiduque, y después de un trecho de carrera desenfrenada la montura volcó arrastrando en la caída al conductor que quedó enredado con las bridas. Maximiliano, que presentaba varias heridas y en estado de confusión, fue rápidamente socorrido por el “alborante” Giuseppe Spolar que lo transportó hasta su casa que por fortuna estaba cercanísima del lugar del incidente (grosso modo en el cruce de las actuales vía Campo Marzio y vía Murat), donde poco después fue visitado por su médico personal y otros sanitarios triestinos. También un tal Domenico Sbisà, un carpintero que se hallaba trabajando allí cerca en la construcción de una almadia, se mostró pródigo a la hora de facilitar los primeros auxilios al desafortunado archiduque. Todas las vendas, medicinas, desinfectantes, las pomadas y los ungüentos fueron adquiridos en la vecina (tal como viene definida en las crónicas de la época, aunque en realidad se hallase más bien alejada) farmacia Miniussi de vía Cavana.
En tal ocasión el servicio debió resultar tan premuroso, eficaz y plenamente satisfactorio que, bien por las buenas críticas del ilustre paciente, bien por las de su médico (el doctor Trogher), la especiería Al Castoro fue honrada con el título de Farmacia de la Corte o Archiducal, y fue en ésta que desde entonces Maximiliano y su séquito continuaron abasteciéndose de medicamentos y demás material sanitario. Este episodio del que fue víctima el archiduque no es inédito, ya que fue tratado en posteriores ocasiones, pero dada la importancia que reviste para la historia de la farmacia, se ha estimado útil y obligado evocarlo.
Estos breves apuntes históricos han sido considerados necesarios en la medida que la especiería de vía Cavana constituía el anillo de conjunción entre Nicolò y su Trieste: de hecho, aquí hacía llegar su correspondencia, aquí eran abiertas y comentadas las cartas que enviaba sea al hermano Giacomo sea al predilecto sobrino Leopoldo Colnhuber; aquí escribían a este último, generalmente por cuestiones artísticas o de carácter técnico, el canónigo Pietro Stancovich, el pintor veneciano Sebastiano Santi y aquel “pordenonese” Michelangelo Grigoletti, así como los escultores Bosa y Piccoli. Se imagina que en la rebotica de esta farmacia (conservada en su estado original hasta hace pocos años), se habrían reunido todos estos personajes cuando estuvieran de paso por Trieste, incluido Nicolò, las pocas veces que el oficial encontrara tiempo para reencontrarse con la familia.
Giacomo Miniussi figura como propietario de la farmacia “Al Castoro” desde 1839 (1838 según otras fuentes), y hasta 1880, año en que pasó a mejor vida. En 1848 fue nombrado “Capo soprastante del Gremio farmacéutico”, cargo que conservó seguramente hasta 1862; un año antes de dicha fecha fue autorizado a arrogarse el título de “Farmacéutico Archiducal”, y poco más tarde también con el de “Farmacéutico Imperial”. Por sus méritos obtuvo el caballerato de la Orden Pontificia de San Silvestre; en 1853 es añadido como socio del Casino Viejo de Trieste (propuesto por Antonio Madonizza), resulta además que diez años antes había suscrito una copia del volumen “La caída de S. Juan de Acre”, una novela histórica salida de la pluma de aquel ecléctico personaje que era el caballero Bartolomeo Bertolini, ex capitán de la guardia imperial napoleónica.
En recuerdo de los servicios prestados y de los honores recibidos, en 1868 contribuyó con 50 florines a la suscripción promovida por el “aposito comitato” instituido con el objeto de erigir un monumento en recuerdo del malogrado Emperador de México.
Poco antes de morir destinó una importante beca de estudios (252 florines anuales) para que un alumno pudiera realizar los estudios de farmacia en la universidad austríaca de su elección.
Como ya mencionado, mantuvo siempre una afectuosa relación con su hermano Nicolò, tanto que en 1841, deseando reencontrarse con éste, se trasladó a España; en una carta enviada desde Cádiz (de la cual se dará más amplia noticia a seguir), y dirigida al sobrino Leopoldo, Giacomo Miniussi, preocupado por su farmacia, le encarga la supervisión de la misma.
A su muerte, ésta pasó al hijo adoptivo Benedetto Wlach Miniussi, que la conservó hasta 1894, y después de varios otros traspasos, la vieja especiería (desde hace poco completamente remozada) fue adquirida por el doctor Livio Merluzzi, hoy día propietario.
Giacomo de Miniussir y Giorgeta.
Descripción del barrio de Cavana.
La zona que se extiende fuera de la antigua puerta de Cavana, en dirección a la plaza Hortis y demás, es riquísima en antiguos recuerdos ciudadanos. En el solar que comprende hoy incluso el edificio que acoge a la farmacia, en un tiempo surgía el convento de los Padres Capuchinos con anexa iglesia dedicada de A. Apolinar, uno de los mártires triestinos. En el atrio de ingreso de la casa de vía Felice Venezian señalada con el n.9, es aún hoy visible una pequeña pero antiquísima lápida colocada en el muro el 22 de noviembre de 1857, lápida cuyo texto recuerda la construcción de la iglesia, edificio que se erguía grosso modo en aquella ubicación. La primera piedra de la iglesia de S. Apolinar fue colocada el 3 de marzo de 1617, y su consagración siguió el 23 de abril de 1623. Algo más alejada, a la altura de la actual iglesia de la Beata Virgen del Socorro (anteriormente S. Antonio Viejo), quedaban el convento de los “Padres Minoriti” y su respectiva capilla, mientras que en el lugar del palacio hoy destinado a sede episcopal (antes casa Vicco), se encontraba el antiguo hospital de las mujeres junto con la iglesia dedicada a la B.V. dell’Annunziata, todo un complejo que fue demolido en 1795. Otro hospital, llamado de San Justo y reservado a los hombres, surgía entre las actuales vías Torino y S. Giorgio; este lugar pío era gestionado por los “Fatebenefratelli” (o S. Juan de Dios) y contenía también una pequeña iglesia consagrada a San Bernardino.
Siempre a las afueras de porta Cavana, en los alrededores de donde hoy queda el Instituto Magistral, existió hasta 1784, año en que fue demolida, la antiquísima y particularmente venerada iglesia de la Virgen del Mar, cuyo recuerdo pervive en forma de calle con igual nombre. Por antigua tradición, en el cementerio adyacente a la iglesia, los campesinos del entorno tenían por costumbre enterrar a sus muertos. En los inmediatos alrededores (en dirección al hospital de las mujeres) quedaba aún otra capilla, dedicada a S. Francisco de Paula; un lugar de culto mandado erigir por una confraternidad de socios devota de este santo. Construida en 1732, la pequeña iglesia fue demolida en 1785.
Es esta, sin entrar en detalles, la descripción de esa parte de la ciudad conocida como el barrio de Cavana, zona que antiguamente, además de lo señalado, era conocida por la abundancia de sus huertos y jardines, lo mismo que por un rico manantial de agua fresca llamado “Il Fontanone”. La casa que todavía hoy alberga la farmacia “Al Castoro” (señalada con el n.11), fue edificada en 1822 por Nicolò Grassi; en 1880 el edificio fue comprado por la familia Garofolo, cuya última heredera, María Anna Laura hija de Burlo (1836-1903), en virtud de su testamento escrito el once de febrero de 1901, legó la ingente suma de 200,000 coronas para la realización de obras benéficas; importe que fue destinado en su totalidad al Hospital Infantil de Trieste. La casa, que conserva aún de valía y decoro, fue adquirida en 1916 por la familia Gladulich, actual propietaria. Desde 1959, el edificio pasa a ser tutelado por la Superintendencia de monumentos, y en el momento en que se escribe está siendo sometida a una restauración general. Dato curioso: la severa testa de panduro que adorna la clave del arco del portón de entrada, tiene la nariz volada por causa de un disparo de arma de fuego mal dirigido, también ella, pues, víctima de los tiroteos acaecidos en la ciudad el primero de mayo del 1845.
CAMPAÑA IBÉRICA CONTRA LOS FRANCESES.
A continuación del Tratado de Fontainebleau, España, última víctima de la codicia napoleónica, en octubre de 1807, fue invadida por una armada de 25,000 soldados franceses al mando del general Junot: eran tropas dirigidas hacia Portugal con el deber de cazar a los ingleses que habían apenas desembarcado. Tal cuerpo de expedición vino redoblado en el sucesivo mes de diciembre.
En marzo del año siguiente, otros 85,000 hombres cruzaron los Pirineos, declaradamente para defender la península de los ingleses, y el 23 del mismo mes el mariscal Joaquín Murat ocupó Madrid. Ocupación ésta rápidamente respondida por los madrileños, quienes el 2 de mayo se rebelaron contra los ocupantes a través de una violenta revuelta, de inmediato reprimida sanguinariamente por Murat, algo aún más gravoso cuando los españoles tuvieron conocimiento del vergonzoso hecho que supuso la trampa de Bayona. En aquella ciudad francesa próxima a la frontera española, el 30 de abril de 1808, Napoleón Bonaparte obtuvo de manos del rey Carlos IV, soberano totalmente contrario a uno enérgico y corajoso, y respectivamente de su hijo Fernando VII, la renuncia al trono de España y a las posesiones de América, trono que el emperador de los franceses reservó a su hermano José. El nuevo rey de España entró en Madrid el 20 de julio de 1808, pero tras únicamente diez días, a causa de problemas militares, se vio obligado a abandonar precipitadamente la capital. Retornó el sucesivo diciembre, acompañado de su augusto hermano y de una considerable armada francesa.
El movimiento de revuelta de los patriotas españoles contra el extranjero adquirió mayor consistencia y se organizó militarmente en agosto de 1809, tras el desembarco del general inglés Wellesley (más tarde Wellington), el 22 de abril del mismo año en Lisboa. Pero 1809 fue un año poco feliz para los insurgentes españoles y sus aliados, tanto así que sufrieron numerosos descalabros militares. Cabe no olvidar que en aquel momento la relación de fuerzas entre los dos adversarios era de 250,000 franceses al mando de nueve Mariscales de Francia, contra cerca de 65,000 ingleses, españoles y portugueses. Prácticamente toda la península fue ocupada por las tropas napoleónicas, a excepción de la ciudad de Cádiz, donde en la adyacente isla de León, una posición estratégica sita en la embocadura de la bahía, había encontrado su sede la Junta Central (más tarde Consejo de Regencia). En aquellos momentos tan precarios, lo mismo que poco propicios a la hora de encender entusiasmos de pronta remontada, Nicolò Miniussi desembarcó en Cádiz hacia la mitad de mayo de 1810.
En aquella ciudad el diplomático don Eusebio Bardaji y Azara, que mientras tanto había asumido provisionalmente el Ministerio de la Guerra en el seno de la nueva Junta revolucionaria, se encargó de que al joven triestino, a la sazón su protegido, le fuera concedido el grado de teniente en el segundo batallón de la Legión extranjera que se estaba constituyendo en Tarragona. Pero como surgieran graves dificultades a propósito del transporte por mar de los contingentes de tropa de Cádiz en dirección al puerto catalán, al teniente Miniussi le fue autorizado quedarse en la base de salida. En ese período, agregado a la compañía de guardias reales valones que comandara Ramón Landaburu, participó en la acción que obligó a los franceses a levantar el asedio de la isla de León, y fue éste su bautismo de fuego en territorio español. A finales de febrero de 1811, tomó parte en otro importante hecho de armas en el litoral andaluz que permitió el desembarco de tropas españolas en Tarifa (ciudad situada en el extremo sur de la península), desembarco que llevó al victorioso encuentro de Chiclana en el cual Miniussi demostró tanto valor como para ser reconocido por las autoridades militares superiores. Concluida felizmente la acción, se embarcó con las tropas del general Zayas que de Cádiz se dirigieron hacia Ayamonte, en la orilla derecha del río Guadiana y no lejos de la provincia portuguesa del Algarve, donde el 16 de mayo participó activamente en la famosa batalla de Albuera. En el curso de aquel determinante combate, dirigido por las tropas aliadas al mando del general inglés Blake, la audacia y el ejemplo conmovedor que demostró Miniussi contribuyeron eficazmente a la victoria: generosa contribución que fue rápidamente reconocida por los superiores, tanto que el día 26 del mismo mes fue ascendido a capitán. En la misma estación y siempre a las órdenes del general Blake, el recién nombrado capitán tomó parte en el asedio de la fortaleza de Niebla, pero dadas las imponentes obras defensivas realizadas por los franceses, esta acción aliada no prosperó. A continuación, fue nombrado ayudante de campo del conde de Villamour, comandante de la caballería del Quinto ejército español, unidad que se había presentado en las inmediaciones del río Guadiana: cuando el mariscal francés Marmont rebasó el Tajo, Miniussi fue transferido a Valencia de Alcántara a las órdenes del general Castaños.
El 6 de abril de 1812 tomó parte en el asedio y sucesiva conquista de la ciudad de Badajoz, capital de la baja Extremadura; caída la plaza, permaneció algún tiempo como guarnición en la misma, y durante aquel tiempo llevó a buen término algunas delicadas misiones en la vecina ciudad de Lisboa. Así terminó 1812, año de la rebelión de fuerzas españolas y aliadas de éstas contra la odiada ocupación francesa. El nuevo año encontró al capitán Miniussi enviado al teatro de operaciones de Castilla la Vieja (España del norte), e incorporado a la armada de lord Wellington (sólo tras la victoriosa batalla de Talavera, librada entre el 22 y el 25 de julio de 1809, al general inglés Wellesley le había sido concedido el título de lord Wellington). El 13 de junio, este ejército inicio su marcha en dirección a Salamanca; durante el recorrido fueron asaltados los fuertes de San Vicente de Benedictinos, de Mercenarios, y de San Cayetano, defensas dispuestas a lo largo del río Tormes. En todas estas operaciones tomó partido válidamente el oficial triestino que a la sazón se hallaba a las órdenes del general Morillo, en calidad de oficial de seguridad de su estado mayor. Terminadas positivamente estas acciones, la habilidad diplomática de Miniussi era ya reconocida. Así, fue enviado de nuevo en misión a Lisboa, esta vez portando información secreta transmitida por el general Francisco Javier Castaños.
En marzo del año siguiente, otros 85,000 hombres cruzaron los Pirineos, declaradamente para defender la península de los ingleses, y el 23 del mismo mes el mariscal Joaquín Murat ocupó Madrid. Ocupación ésta rápidamente respondida por los madrileños, quienes el 2 de mayo se rebelaron contra los ocupantes a través de una violenta revuelta, de inmediato reprimida sanguinariamente por Murat, algo aún más gravoso cuando los españoles tuvieron conocimiento del vergonzoso hecho que supuso la trampa de Bayona. En aquella ciudad francesa próxima a la frontera española, el 30 de abril de 1808, Napoleón Bonaparte obtuvo de manos del rey Carlos IV, soberano totalmente contrario a uno enérgico y corajoso, y respectivamente de su hijo Fernando VII, la renuncia al trono de España y a las posesiones de América, trono que el emperador de los franceses reservó a su hermano José. El nuevo rey de España entró en Madrid el 20 de julio de 1808, pero tras únicamente diez días, a causa de problemas militares, se vio obligado a abandonar precipitadamente la capital. Retornó el sucesivo diciembre, acompañado de su augusto hermano y de una considerable armada francesa.
El movimiento de revuelta de los patriotas españoles contra el extranjero adquirió mayor consistencia y se organizó militarmente en agosto de 1809, tras el desembarco del general inglés Wellesley (más tarde Wellington), el 22 de abril del mismo año en Lisboa. Pero 1809 fue un año poco feliz para los insurgentes españoles y sus aliados, tanto así que sufrieron numerosos descalabros militares. Cabe no olvidar que en aquel momento la relación de fuerzas entre los dos adversarios era de 250,000 franceses al mando de nueve Mariscales de Francia, contra cerca de 65,000 ingleses, españoles y portugueses. Prácticamente toda la península fue ocupada por las tropas napoleónicas, a excepción de la ciudad de Cádiz, donde en la adyacente isla de León, una posición estratégica sita en la embocadura de la bahía, había encontrado su sede la Junta Central (más tarde Consejo de Regencia). En aquellos momentos tan precarios, lo mismo que poco propicios a la hora de encender entusiasmos de pronta remontada, Nicolò Miniussi desembarcó en Cádiz hacia la mitad de mayo de 1810.
En aquella ciudad el diplomático don Eusebio Bardaji y Azara, que mientras tanto había asumido provisionalmente el Ministerio de la Guerra en el seno de la nueva Junta revolucionaria, se encargó de que al joven triestino, a la sazón su protegido, le fuera concedido el grado de teniente en el segundo batallón de la Legión extranjera que se estaba constituyendo en Tarragona. Pero como surgieran graves dificultades a propósito del transporte por mar de los contingentes de tropa de Cádiz en dirección al puerto catalán, al teniente Miniussi le fue autorizado quedarse en la base de salida. En ese período, agregado a la compañía de guardias reales valones que comandara Ramón Landaburu, participó en la acción que obligó a los franceses a levantar el asedio de la isla de León, y fue éste su bautismo de fuego en territorio español. A finales de febrero de 1811, tomó parte en otro importante hecho de armas en el litoral andaluz que permitió el desembarco de tropas españolas en Tarifa (ciudad situada en el extremo sur de la península), desembarco que llevó al victorioso encuentro de Chiclana en el cual Miniussi demostró tanto valor como para ser reconocido por las autoridades militares superiores. Concluida felizmente la acción, se embarcó con las tropas del general Zayas que de Cádiz se dirigieron hacia Ayamonte, en la orilla derecha del río Guadiana y no lejos de la provincia portuguesa del Algarve, donde el 16 de mayo participó activamente en la famosa batalla de Albuera. En el curso de aquel determinante combate, dirigido por las tropas aliadas al mando del general inglés Blake, la audacia y el ejemplo conmovedor que demostró Miniussi contribuyeron eficazmente a la victoria: generosa contribución que fue rápidamente reconocida por los superiores, tanto que el día 26 del mismo mes fue ascendido a capitán. En la misma estación y siempre a las órdenes del general Blake, el recién nombrado capitán tomó parte en el asedio de la fortaleza de Niebla, pero dadas las imponentes obras defensivas realizadas por los franceses, esta acción aliada no prosperó. A continuación, fue nombrado ayudante de campo del conde de Villamour, comandante de la caballería del Quinto ejército español, unidad que se había presentado en las inmediaciones del río Guadiana: cuando el mariscal francés Marmont rebasó el Tajo, Miniussi fue transferido a Valencia de Alcántara a las órdenes del general Castaños.
El 6 de abril de 1812 tomó parte en el asedio y sucesiva conquista de la ciudad de Badajoz, capital de la baja Extremadura; caída la plaza, permaneció algún tiempo como guarnición en la misma, y durante aquel tiempo llevó a buen término algunas delicadas misiones en la vecina ciudad de Lisboa. Así terminó 1812, año de la rebelión de fuerzas españolas y aliadas de éstas contra la odiada ocupación francesa. El nuevo año encontró al capitán Miniussi enviado al teatro de operaciones de Castilla la Vieja (España del norte), e incorporado a la armada de lord Wellington (sólo tras la victoriosa batalla de Talavera, librada entre el 22 y el 25 de julio de 1809, al general inglés Wellesley le había sido concedido el título de lord Wellington). El 13 de junio, este ejército inicio su marcha en dirección a Salamanca; durante el recorrido fueron asaltados los fuertes de San Vicente de Benedictinos, de Mercenarios, y de San Cayetano, defensas dispuestas a lo largo del río Tormes. En todas estas operaciones tomó partido válidamente el oficial triestino que a la sazón se hallaba a las órdenes del general Morillo, en calidad de oficial de seguridad de su estado mayor. Terminadas positivamente estas acciones, la habilidad diplomática de Miniussi era ya reconocida. Así, fue enviado de nuevo en misión a Lisboa, esta vez portando información secreta transmitida por el general Francisco Javier Castaños.
DERROTA DE LOS FRANCESES EN VITORIA.
Concluida favorablemente su transferencia a la capital portuguesa, el capitán reentró en la armada justo a tiempo para participar en la decisiva batalla de Vitoria. En esta memorable jornada (21 de junio de 1813) las tropas aliadas compuestas por ingleses, españoles y portugueses, derrotaron dura y humillantemente a las fuerzas francesas comandadas por el mismo rey José Bonaparte y el mariscal Journat, las cuales en gran número se estaban dirigiendo hacia la frontera franco-española. Durante aquel sangriento choque (los franceses sufrieron una pérdida de alrededor de 6.000 hombres entre muertos y heridos, mientras que los aliados perdieron cerca de 5.000, en su mayoría ingleses), la armada napoleónica, batida y forzada a la fuga, se vio obligada a dejar además a los vencedores unos 2.000 carros llenos de armas, munición, suministros y demás útiles bélicos, así como 151 cañones y gran cantidad de armas ligeras. Fueron además capturadas 415 cajas llenas de bienes preciosos provenientes de los mejores negocios y almacenes de Madrid, Burgos, Valladolid y otras ciudades españolas, amén de numerosos cuadros célebres y otras importantes obras de arte. También la espada de honor del rey José (regalo de la ciudad de Nápoles), fue encontrada por un soldado español abandonada en el interior de un carro; otro prestigioso trofeo de aquella jornada fue el bastón de Mariscal del general Jourdan, un símbolo de mando inexplicablemente extraviado por el titular en el campo de batalla, y que bien refleja la entidad de la derrota. El valor del capitán triestino fue nuevamente resaltado durante aquella épica jornada, habiendo hecho alarde de un comportamiento tan corajoso que fue una vez más reportado al ministerio de la guerra. Siempre con la división del general Morillo, y a las órdenes directas de Wellington, persiguiendo al enemigo a la fuga, Miniussi cruzó los Pirineos hasta llegar cerca de Bayona tras haber rechazado hacia el norte a las tropas francesas comandadas por el Mariscal Soult. Sólo la inclemencia de la superviniente estación invernal obligó a la suspensión de aquella victoriosa campaña conducida con tanto vigor por las fuerzas aliadas. Pero ya en febrero del año siguiente (1814), las mismas tropas guiadas por Wellington retomaron las operaciones para forzar la rendición de Bayona. El 14 del mismo mes, al capitán Miniussi llegó la orden de desalojar al enemigo del monte Aribelza, posición que dominaba la calzada por la cual debían pasar las fuerzas españolas del general Morillo y aquellas otras inglesas de lord Hill. A la cabeza de dos compañías de cazadores, el oficial fue al asalto de la bien pertrechada posición enemiga que fue conquistada después de un furioso cuerpo a cuerpo, permitiendo así el paso a los anglo-españoles. Durante esta temeraria acción conducida con tanta audacia, el capitán resultó gravemente herido por un proyectil de fusil que, penetrando por la mejilla izquierda, le rompió la mandíbula, y, perforada la lengua, le cortó la carótida derecha. Afortunadamente, en las inmediaciones de la batalla había un cirujano militar que prestó rápido auxilio al herido salvándole de este modo la vida. En sus comunicados con sus respectivos gobiernos, tanto Wellington como Morillo ilustraron con el debido relieve el heroico comportamiento del joven oficial que, apenas restablecido de la peligrosa herida, llegó aún a tiempo para tomar parte en el asedio de la fortaleza de Navarrens. Sin embargo, por aquel entonces la situación militar de Napoleón estaba colapsando, y el 4 de abril del mismo año el emperador se vio obligado a abdicar.
ACTIVIDAD DIPLOMÁTICA
El perfecto conocimiento de las lenguas italiana, española, francesa, alemana y probablemente inglesa, favoreció de un modo determinante que Miniussi fuera capaz de llevar a buen término las numerosas misiones diplomáticas que el gobierno español le encargara; misiones que devinieron poco a poco más desafiantes después de constatada su extraordinaria habilidad.
El primero de agosto de 1814 fue enviado urgentemente a Viena con importantísimos documentos necesarios para el desarrollo del histórico congreso (22 de septiembre de 1814 – 10 de junio de 1815), que se venía organizando en la capital austríaca. El embajador extraordinario español don Pedro Labrador, a quien estaban dirigidos los preciados despachos, observada la prudente inventiva puesta en práctica por el oficial, aprovechó para enviarlo a Londres con documentos nuevamente importantes para el ministro plenipotenciario de España en la corte de S. Jacobo, a la sazón el duque de Fernán-Núñez. Miniussi permaneció en Londres hasta primeros de abril del año siguiente; después partió una vez más hacia Viena, pero cerca de Bruselas fue informado por el embajador de España en dicha capital de que el Congreso había sido suspendido, y era en consecuencia inútil realizar el viaje. Al mismo tiempo, lord Wellington pidió oficialmente al gobierno español transfiriera al capitán Miniussi al nuevo ejército aliado que se estaba formando, con objeto de incluirle en su Estado Mayor; demanda que fue rápidamente contestada con el resultado de conceder al capitán triestino la posibilidad de participar en la histórica batalla que señalará el fin de la era napoleónica.
El primero de agosto de 1814 fue enviado urgentemente a Viena con importantísimos documentos necesarios para el desarrollo del histórico congreso (22 de septiembre de 1814 – 10 de junio de 1815), que se venía organizando en la capital austríaca. El embajador extraordinario español don Pedro Labrador, a quien estaban dirigidos los preciados despachos, observada la prudente inventiva puesta en práctica por el oficial, aprovechó para enviarlo a Londres con documentos nuevamente importantes para el ministro plenipotenciario de España en la corte de S. Jacobo, a la sazón el duque de Fernán-Núñez. Miniussi permaneció en Londres hasta primeros de abril del año siguiente; después partió una vez más hacia Viena, pero cerca de Bruselas fue informado por el embajador de España en dicha capital de que el Congreso había sido suspendido, y era en consecuencia inútil realizar el viaje. Al mismo tiempo, lord Wellington pidió oficialmente al gobierno español transfiriera al capitán Miniussi al nuevo ejército aliado que se estaba formando, con objeto de incluirle en su Estado Mayor; demanda que fue rápidamente contestada con el resultado de conceder al capitán triestino la posibilidad de participar en la histórica batalla que señalará el fin de la era napoleónica.
CON WELLINGTON EN WATERLOO
Napoleón Bonaparte jugó su última carta, la decisiva, el 18 de junio de 1815 en los alrededores de un oscuro (hasta aquel día) pueblo belga no muy alejado de Bruselas. Durante aquella histórica jornada fue decidida la suerte de Europa y el final de la gran aventura napoleónica; la apuesta era tan alta y el éxito tan incierto como para tener en suspenso hasta al último de los protagonistas del gigantesco combate.
En la batalla de Waterloo participaron sólo dos oficiales españoles a requerimiento expreso de lord Wellington: el general Miguel de Álava (el héroe de Vitoria), y el capitán Nicolò Miniussi, este último en calidad de ayudante de campo del comandante de los ejércitos aliados. La estimación de Wellington por el joven oficial triestino, de quien había valorado en varias ocasiones las altas virtudes militares, fue ciertamente bien correspondida, algo que más tarde el lord inglés se aprestó a reconocer. Al final de la batalla, cuando el equilibrio entre las fuerzas aún se mantenía, la acción realizada por el capitán Miniussi para decantar la victoria del lado de los aliados fue rápida y decisiva. Tomando las riendas de dos batallones alemanes del Nassau que se estaban replegando tras un duro cuerpo a cuerpo con los franceses, les arengó eficazmente en aquella lengua suya (que el triestino conocía perfectamente), devolviéndoles con ánimo a la línea de batalla, tanto que contribuyeron válidamente a la victoria final. En el curso de este episodio, el capitán se vio obligado en dos ocasiones a sustituir su caballo herido de muerte, al tiempo que él mismo sufrió algunas heridas; con todo, permaneció en el campo hasta la conclusión de aquella histórica jornada. El general Álava, en el informe que envió al rey de España Fernando VII con motivo del exitoso desarrollo de la gran batalla, puso en conocimiento el valor demostrado en aquella ocasión por Miniussi, tanto que el soberano, el 15 de octubre, lo ascendió al grado de teniente coronel mayor. Por estos mismos méritos, el 27 de septiembre, había ya obtenido de manos del gobierno austríaco la cruz de la orden imperial de Leopoldo, del príncipe regente de Inglaterra la medalla de honor, y del rey de los Países Bajos la cruz de cuarta clase de la orden militar de Guillermo. Estos reconocimientos sirvieron también para revalorizar aquellas primeras acciones contra los franceses por la independencia de su patria, tanto que le fueron adjudicados otros honores en relación a las batallas de Chiclana, de Vitoria y de Albuera; en relación a esta última fue declarado “benemérito de la patria”. El 8 de noviembre le fue finalmente concedida la cruz de primera clase de la orden de San Fernando.
Acompañando a los ejércitos aliados que después de la derrota de Napoleón en Waterloo ocuparon Francia, el coronel Miniussi llegó a París y allí permaneció realizando encargos extraordinarios hasta agosto de 1819, época en que las fuerzas de ocupación abandonaron el derrotado país. Durante este período, fue enviado por su gobierno varias veces a Londres, con el encargo de resolver negocios de cierta importancia.
En la batalla de Waterloo participaron sólo dos oficiales españoles a requerimiento expreso de lord Wellington: el general Miguel de Álava (el héroe de Vitoria), y el capitán Nicolò Miniussi, este último en calidad de ayudante de campo del comandante de los ejércitos aliados. La estimación de Wellington por el joven oficial triestino, de quien había valorado en varias ocasiones las altas virtudes militares, fue ciertamente bien correspondida, algo que más tarde el lord inglés se aprestó a reconocer. Al final de la batalla, cuando el equilibrio entre las fuerzas aún se mantenía, la acción realizada por el capitán Miniussi para decantar la victoria del lado de los aliados fue rápida y decisiva. Tomando las riendas de dos batallones alemanes del Nassau que se estaban replegando tras un duro cuerpo a cuerpo con los franceses, les arengó eficazmente en aquella lengua suya (que el triestino conocía perfectamente), devolviéndoles con ánimo a la línea de batalla, tanto que contribuyeron válidamente a la victoria final. En el curso de este episodio, el capitán se vio obligado en dos ocasiones a sustituir su caballo herido de muerte, al tiempo que él mismo sufrió algunas heridas; con todo, permaneció en el campo hasta la conclusión de aquella histórica jornada. El general Álava, en el informe que envió al rey de España Fernando VII con motivo del exitoso desarrollo de la gran batalla, puso en conocimiento el valor demostrado en aquella ocasión por Miniussi, tanto que el soberano, el 15 de octubre, lo ascendió al grado de teniente coronel mayor. Por estos mismos méritos, el 27 de septiembre, había ya obtenido de manos del gobierno austríaco la cruz de la orden imperial de Leopoldo, del príncipe regente de Inglaterra la medalla de honor, y del rey de los Países Bajos la cruz de cuarta clase de la orden militar de Guillermo. Estos reconocimientos sirvieron también para revalorizar aquellas primeras acciones contra los franceses por la independencia de su patria, tanto que le fueron adjudicados otros honores en relación a las batallas de Chiclana, de Vitoria y de Albuera; en relación a esta última fue declarado “benemérito de la patria”. El 8 de noviembre le fue finalmente concedida la cruz de primera clase de la orden de San Fernando.
Acompañando a los ejércitos aliados que después de la derrota de Napoleón en Waterloo ocuparon Francia, el coronel Miniussi llegó a París y allí permaneció realizando encargos extraordinarios hasta agosto de 1819, época en que las fuerzas de ocupación abandonaron el derrotado país. Durante este período, fue enviado por su gobierno varias veces a Londres, con el encargo de resolver negocios de cierta importancia.
RECUPERACIÓN DE TESOROS ARTÍSTICOS
Considerar como botín de guerra las mejores obras de arte existentes en un país apenas conquistado militarmente ha sido una prerrogativa largamente usada por los ejércitos invasores de todos los tiempos. De esta reprobable tradición no escapó la España de Carlos IV (una potencia ahora ya en franca decadencia), cuando en 1807 fue invadida por las tropas napoleónicas, en aquel tiempo en que todavía parecían tocadas de una aureola de invencibilidad. De museos, iglesias y colecciones privadas de las principales ciudades españolas fueron ilegalmente robados numerosas obras maestras de fama mundial, entre éstas obras de Tiziano, Rafael y Correggio, tesoros destinados a enriquecer los ya bien nutridos museos de la capital francesa y las viviendas de la nueva aristocracia parisina. Sin embargo, no solamente lienzos de valor fueron usurpados por las ávidas tropas, sino también tapices, esculturas, el material de la imprenta real de Madrid, y toda suerte de bienes hallados en los almacenes y en las iglesias de las ciudades ocupadas. Sólo en Vitoria, tras la grave derrota de los franceses, fueron descubiertas y recuperadas, como ya se mencionó, grandes cantidades de objetos preciosos y obras de arte, un todo ya dispuesto a cruzar los Pirineos.
No es de extrañar que, finalizada la guerra, una de las mayores preocupaciones del gobierno español fuera la de recuperar todo el material artístico rapiñado en la península y llevado a Francia. Esta delicada misión fue encomendada al coronel Miniussi (encargo análogo asumió en Italia a Antonio Canova); una labor harto difícil que llevó a término en breve tiempo y con brillantes resultados. La compleja operación fue llevada a cabo con esa energía y temperamento típicos de los militares. Por orden del general Álava, y con 200 soldados ingleses de infantería a modo de escolta, el oficial recorrió Francia de arriba abajo, controlando, listas en mano, museos, pinacotecas, galerías y casas privadas, en busca de las muchas obras de arte usurpadas a España durante aquellos años de invasión napoleónica. Concluido el rastreo y conformado un convoy con los tesoros artísticos recuperados, Miniussi, no considerando oportuno por razones de seguridad atravesar de nuevo Francia, se proveyó de una escolta de caballería inglesa, condujo a salvo el tesoro hasta el puerto holandés de Hellevoetsuis, donde fue cargado en una nave que batía esa misma bandera (holandesa) que lo transportó felizmente hasta Cádiz. Desde esta ciudad, el precioso material fue llevado hasta Madrid, y, de la capital, regresado a los legítimos interesados.
La arriesgada y delicada empresa, llevada a término con tanta pericia y rapidez, le valió ulteriores elogios y reconocimientos, especialmente de parte de la real Academia de San Fernando que lo acogió entre sus filas como miembro de honor.
Ahora ya España, consciente y agradecida por tantas pruebas de sincera y desinteresada devoción por él ofrecidas, consideraba al triestino Nicolò di Miniussi como uno de sus hijos mejores, un afecto perfectamente correspondido y reforzado tras su matrimonio con doña María del Carmen, hermana del leal general Torrijos, rito celebrado el 15 de diciembre de 1820.
Al respecto, el autor de estas páginas se lamenta vivamente de no haber podido hallar noticias ulteriores a propósito de la vida familiar de este interesante personaje.
No es de extrañar que, finalizada la guerra, una de las mayores preocupaciones del gobierno español fuera la de recuperar todo el material artístico rapiñado en la península y llevado a Francia. Esta delicada misión fue encomendada al coronel Miniussi (encargo análogo asumió en Italia a Antonio Canova); una labor harto difícil que llevó a término en breve tiempo y con brillantes resultados. La compleja operación fue llevada a cabo con esa energía y temperamento típicos de los militares. Por orden del general Álava, y con 200 soldados ingleses de infantería a modo de escolta, el oficial recorrió Francia de arriba abajo, controlando, listas en mano, museos, pinacotecas, galerías y casas privadas, en busca de las muchas obras de arte usurpadas a España durante aquellos años de invasión napoleónica. Concluido el rastreo y conformado un convoy con los tesoros artísticos recuperados, Miniussi, no considerando oportuno por razones de seguridad atravesar de nuevo Francia, se proveyó de una escolta de caballería inglesa, condujo a salvo el tesoro hasta el puerto holandés de Hellevoetsuis, donde fue cargado en una nave que batía esa misma bandera (holandesa) que lo transportó felizmente hasta Cádiz. Desde esta ciudad, el precioso material fue llevado hasta Madrid, y, de la capital, regresado a los legítimos interesados.
La arriesgada y delicada empresa, llevada a término con tanta pericia y rapidez, le valió ulteriores elogios y reconocimientos, especialmente de parte de la real Academia de San Fernando que lo acogió entre sus filas como miembro de honor.
Ahora ya España, consciente y agradecida por tantas pruebas de sincera y desinteresada devoción por él ofrecidas, consideraba al triestino Nicolò di Miniussi como uno de sus hijos mejores, un afecto perfectamente correspondido y reforzado tras su matrimonio con doña María del Carmen, hermana del leal general Torrijos, rito celebrado el 15 de diciembre de 1820.
Al respecto, el autor de estas páginas se lamenta vivamente de no haber podido hallar noticias ulteriores a propósito de la vida familiar de este interesante personaje.
CAMPAÑAS MILITARES EN ESPAÑA
Tras una permanencia relativamente breve en Viena (abril 1820 – abril 1821), donde fue enviado como oficial de seguridad en la embajada española, el coronel Miniussi volvió a España para prestar servicio en la Capitanía General de Castilla la Nueva. Con el grado de teniente coronel efectivo y comandante del regimiento imperial Alejandro, en 1822 tomó partido en algunas acciones de rastreo contra grupos de insurgentes concentrados en Navarra.
Apagada esta revuelta, una nueva estalló en Cataluña; el 17 de mayo de 1823, a la cabeza del regimiento Barbastro (1200 hombre de leva), entabló batalla en la periferia de Barcelona contra una división francesa comandada por el general Donadieu y fortalecida por tropas disidentes españolas. Durante dicha operación, más tarde concluida positivamente, el valeroso oficial resultó una vez más herido gravemente; transportado con una camilla al interior de una casa que hacía las veces de enfermería, fue amorosamente curado por un grupo de señoras dirigidas por la viuda de un general, y como fuera el primer herido que entraba en la capital catalana, a su paso se realizaron muestras de afecto con lanzamiento de flores desde las ventanas.
A pesar de la herida todavía no del todo sanada, el 9 de septiembre salió de Barcelona junto con su división en auxilio de la plaza de Figueras, asediada por los franceses; objetivo plenamente satisfecho el 15 del mismo mes; empero, el día siguiente, las tropas españolas fueron rodeadas por fuerzas adversarias mayores en número que obligaron a las primeras a la capitulación.
En aquella dolorosa e imprevista circunstancia también el coronel Miniussi fue hecho prisionero y conducido a Francia junto con los defensores de Figueras que habían sobrevivido. Un duro encarcelamiento, que más tarde se transformó en exilio cuando elementos antilealistas, con quienes el oficial no coincidía en ideas ni en programa, asumieron el poder en España.
Durante diez largos años, de 1824 a 1834, Nicolò Miniussi vivió exiliado en Francia, Bélgica, Holanda e Inglaterra, lejos de aquella patria que él consideraba, ahora sí a todos los efectos, la suya. Lamentablemente no han sido halladas noticias seguras de viajes por él realizados en este tiempo a Trieste para reencontrarse con la familia, especialmente con su hermano Giacomo a quien estaba ligado por sentimientos especialmente afectuosos, y con su sobrino preferido Leopoldo, hijo de su hermana Lucía y del ingeniero Giuseppe Colnhuber, a la sazón director de las “i.r.” fábricas y calles de Trieste. Sin embargo, si bien faltan puntos de apoyo, se presume con un buen margen de seguridad que habría vuelto alguna que otra vez a reencontrarse con la familia, aunque fuera también para arreglar ciertos asuntos suyos e intereses que habrían quedado en suspenso.
Durante el tiempo en que peregrinó a las varias capitales europeas, Miniussi siguió atentamente los acontecimientos que tenían lugar en la vida del viejo continente.
En 1832, como se puede constatar en la pequeña biografía surgida en España, fue uno de los redactores del periódico “El Filántropo”, una publicación en lengua española que se imprimía en París. En el número aparecido el 29 de mayo de 1832, expone las siguientes consideraciones que probablemente fueran el fruto de las muchas experiencias acumuladas en el curso de su vida: “Considerando que la humanidad está en continuo progreso hacia la perfección; que tal progreso se alcanza con la ayuda de ciertos hombres y a expensas de la neutralidad o resistencia de otros, se deduce el principio político que sugiere a los gobiernos el establecimiento de un sistema administrativo tal que satisfaga la justa exigencia de sus partisanos, sin amenazar la tranquilidad de aquellos neutrales, ni reducir a la exasperación a los miembros del partido adversario. En efecto, siendo físicamente imposible para un gobierno suprimir del todo al partido de la oposición, cuando este caso se dé entre sus miembros, la prudencia y necesidad de su misma conservación requieren, por cierto, debilitar los principios de los adversarios, aunque siempre permitiendo a estos últimos medios abundantes para la reconciliación, de modo que no se sientan en la obligación de eternizar la hostilidad”.
Como se puede observar, son reflexiones políticas expresadas de acuerdo a un notable sentido del liberalismo, y en virtud de las cuales no es difícil que todos puedan mostrarse de acuerdo. Más adelante, el autor del artículo augura que “Venga, empero, el tiempo en que la experiencia produzca sus frutos, y que cese de cosechar víctimas la hoz de la persecución”.
En 1834, de nuevo en el poder el partido liberal, fueron reclamados por la patria los proscritos y los exiliados, entre ellos también Miniussi, que llegó a Madrid en el mes de octubre retomando regular servicio.
El 30 de marzo del año siguiente, presentó al ministerio de la guerra un proyecto que velaba por la defensa marítima de las costas españolas por medio de artillería, proyecto acogido con gran interés por parte de las autoridades militares.
En los años que siguieron, y hasta 1844, después de ser ascendido al grado de coronel, fue empleado en operaciones militares dirigidas a reprimir la actividad facciosa de bandos rebeldes que turbaban el orden público en diversas provincias españolas; una especie de bandidaje político a menudo camuflado de ideales libertarios que ensangrentó regiones enteras y obligó al estado a emplear ingentes medios financieros para combatirlo, dinero que en otro caso habría sido invertido en obras de utilidad pública y de progreso económico. Particularmente graves fueron las campañas contra las formaciones carlistas (de 1833 a 1840), que tuvieron también como teatro a Cataluña, Navarra, País Vasco y Asturias; fue una larga serie de batallas, algunas de gran entidad, todas originadas por causa de la ya mencionada cuestión dinástica que se extendería todavía durante decenios, y que dejó en España una huella de profundo resentimiento y división, una situación que se mantuvo hasta la definitiva derrota de los insurgentes. Se puede imaginar el estado de ánimo con que Miniussi participó en estas acciones de represión de las revueltas, no pocas veces incluso contra viejos compañeros de armas: pero su lealtad hacia los legítimos órganos de gobierno jamás decreció, pese a que estas ingratas campañas contra insurgentes, bandidos y sediciosos, le obligaran a viajar de un confín al otro del país, contribuyendo de este modo a desgastar su ya maltrecha salud.
En octubre de 1835 le fue encargada la localización y destrucción de algunos bandos facciosos que anidaban en Sierra Morena. A la cabeza de 1800 soldados y 120 jinetes, el coronel llevó a término brillantemente su cometido en tan solo 23 días.
Un año después, en el mes de marzo, participó en un rastreo sistemático de insurgentes que habían ocupado algunas ciudades de Aragón, capturando armas y prisioneros.
Cuando en noviembre de 1836 el ejército regular fue obligado a deshacer el asedio sobre la ciudad de Bilbao ocupada por los carlistas, Miniussi presentó a su superior un plan audaz y bien meditado que permitía a las tropas del general Espartero una retirada digna y con bajas mínimas de los suburbios de la capital vasca. Tras la sangrienta batalla de Luchana, en la cual el valor del oficial triestino fue nuevamente acreditado como ejemplo de las altas virtudes militares, cuando las tropas gubernamentales recuperaron Bilbao, Espartero dispuso que la brigada Extremadura comandada por Miniussi, fuera la primera en entrar triunfalmente en la ciudad. Por este último hecho de armas, al protagonista fue conferido el grado de brigadier y su proclamación como benemérito de la patria. Siempre en el mismo año 1836 le fueron libradas las insignias de comendador de la orden de Isabel la Católica y de San Hermenegildo.
Los primeros meses de 1837 encontraron aún al oficial de servicio en las provincias vascas, en el seno de una nueva sublevación carlista. También en este período su corajoso comportamiento en los momentos más difíciles representó un válido ejemplo para todos los soldados bajo sus órdenes, los cuales se sentían en todo momento seguros de tenerle cerca en cualquier circunstancia. Debido a esta innata predisposición a no considerar el peligro, durante la acción del 29 de marzo que requería de vadear el río Lichani, Miniussi quiso ser el primero en atravesarlo, pero la corriente impetuosa lo arrastró sumergiéndole hasta tres veces; afortunadamente algunos soldados que le seguían, conscientes del peligro en que se hallaba su comandante, acudieron en su ayuda y lo llevaron hasta la orilla.
Después de una licencia solicitada por razones de salud en el mes de septiembre, licencia que pasó en Alhama (Aragón), en cuyos baños termales el oficial se recuperó de las secuelas de sus muchas heridas, el 17 de diciembre, tras haber reemprendido el servicio, fue nombrado comandante general de la provincia de Ciudad Real en Castilla la Nueva, y de la brigada que allí permanecía.
Durante el mes de enero de 1838 el recientemente nombrado brigadier se empleó en la tarea de combatir con nutridos grupos de guerrilleros que anidaban en los montes de Toledo y otras partes de la misma provincia. En el transcurso de un ataque por parte de fuerzas carlistas apoyadas por bandos de rebeldes, los soldados gubernamentales que hacían de escolta de un convoy militar fueron rodeados por ingentes fuerzas adversarias. En vistas la gravedad de la situación, Miniussi ordenó el asalto a la bayoneta, y a la cabeza de sus soldados rompió el cerco destrozando al enemigo que se vio obligado a retirarse. En las inmediaciones de la ciudad de Valdepeñas (Castilla la Nueva), el día 14 del mes de marzo, sorprendió y capturó a Basilio, el peligroso cabecilla del bando. En aquella ocasión fueron hechos a su vez numerosos prisioneros y recuperada una gran cantidad de armas, munición y demás material militar. Sin embargo, durante aquella difícil operación, el oficial triestino resultó nuevamente herido, en esta ocasión en el pie derecho, miembro que fue perforado por un proyectil de fusil.
Por decreto real de 10 de noviembre de 1839, se dispuso que a Miniussi fuera reconocida la antigüedad de servicio a partir del año 1808, comprendiendo por tanto también lo prestado como voluntario en el ejército austríaco en tiempos de la insurrección triestina contra los franceses.
Con grado de brigadier, entre 1840 y 1843 estuvo implicado, aunque siempre de parte de las autoridades legítimas, en una serie de desórdenes políticos que afligieron a España, distinguiéndose en todo momento por sus dotes de lealtad y rectitud.
El 18 de junio de 1843 fue nombrado comandante general de la provincia de Ciudad real (cargo que había ya desempeñado en 1837), y el 3 de julio fue propuesto para el codiciado grado de Mariscal de Campo.
Presentando como motivo oficial el deseo de viajar a Austria para realizar una cura de baños termales, hacia mediados de agosto de 1843, el brigadier solicitó a sus superiores una larga licencia (de 1844 a 1848), licencia que empleó principalmente en visitar algunos países de Europa. Mientras tanto, le fue conferido oficialmente el título de Mariscal de Campo (16 de agosto de 1847), y el 19 de septiembre del mismo año le fue entregada efectivamente la gran cruz de la orden de San Hermenegildo (ver: El Mariscal de Campo don Nicolás de Miniussir y Giorgeta. Origen de los Giorgeta de Valencia en blogcoloma).
Apagada esta revuelta, una nueva estalló en Cataluña; el 17 de mayo de 1823, a la cabeza del regimiento Barbastro (1200 hombre de leva), entabló batalla en la periferia de Barcelona contra una división francesa comandada por el general Donadieu y fortalecida por tropas disidentes españolas. Durante dicha operación, más tarde concluida positivamente, el valeroso oficial resultó una vez más herido gravemente; transportado con una camilla al interior de una casa que hacía las veces de enfermería, fue amorosamente curado por un grupo de señoras dirigidas por la viuda de un general, y como fuera el primer herido que entraba en la capital catalana, a su paso se realizaron muestras de afecto con lanzamiento de flores desde las ventanas.
A pesar de la herida todavía no del todo sanada, el 9 de septiembre salió de Barcelona junto con su división en auxilio de la plaza de Figueras, asediada por los franceses; objetivo plenamente satisfecho el 15 del mismo mes; empero, el día siguiente, las tropas españolas fueron rodeadas por fuerzas adversarias mayores en número que obligaron a las primeras a la capitulación.
En aquella dolorosa e imprevista circunstancia también el coronel Miniussi fue hecho prisionero y conducido a Francia junto con los defensores de Figueras que habían sobrevivido. Un duro encarcelamiento, que más tarde se transformó en exilio cuando elementos antilealistas, con quienes el oficial no coincidía en ideas ni en programa, asumieron el poder en España.
Durante diez largos años, de 1824 a 1834, Nicolò Miniussi vivió exiliado en Francia, Bélgica, Holanda e Inglaterra, lejos de aquella patria que él consideraba, ahora sí a todos los efectos, la suya. Lamentablemente no han sido halladas noticias seguras de viajes por él realizados en este tiempo a Trieste para reencontrarse con la familia, especialmente con su hermano Giacomo a quien estaba ligado por sentimientos especialmente afectuosos, y con su sobrino preferido Leopoldo, hijo de su hermana Lucía y del ingeniero Giuseppe Colnhuber, a la sazón director de las “i.r.” fábricas y calles de Trieste. Sin embargo, si bien faltan puntos de apoyo, se presume con un buen margen de seguridad que habría vuelto alguna que otra vez a reencontrarse con la familia, aunque fuera también para arreglar ciertos asuntos suyos e intereses que habrían quedado en suspenso.
Durante el tiempo en que peregrinó a las varias capitales europeas, Miniussi siguió atentamente los acontecimientos que tenían lugar en la vida del viejo continente.
En 1832, como se puede constatar en la pequeña biografía surgida en España, fue uno de los redactores del periódico “El Filántropo”, una publicación en lengua española que se imprimía en París. En el número aparecido el 29 de mayo de 1832, expone las siguientes consideraciones que probablemente fueran el fruto de las muchas experiencias acumuladas en el curso de su vida: “Considerando que la humanidad está en continuo progreso hacia la perfección; que tal progreso se alcanza con la ayuda de ciertos hombres y a expensas de la neutralidad o resistencia de otros, se deduce el principio político que sugiere a los gobiernos el establecimiento de un sistema administrativo tal que satisfaga la justa exigencia de sus partisanos, sin amenazar la tranquilidad de aquellos neutrales, ni reducir a la exasperación a los miembros del partido adversario. En efecto, siendo físicamente imposible para un gobierno suprimir del todo al partido de la oposición, cuando este caso se dé entre sus miembros, la prudencia y necesidad de su misma conservación requieren, por cierto, debilitar los principios de los adversarios, aunque siempre permitiendo a estos últimos medios abundantes para la reconciliación, de modo que no se sientan en la obligación de eternizar la hostilidad”.
Como se puede observar, son reflexiones políticas expresadas de acuerdo a un notable sentido del liberalismo, y en virtud de las cuales no es difícil que todos puedan mostrarse de acuerdo. Más adelante, el autor del artículo augura que “Venga, empero, el tiempo en que la experiencia produzca sus frutos, y que cese de cosechar víctimas la hoz de la persecución”.
En 1834, de nuevo en el poder el partido liberal, fueron reclamados por la patria los proscritos y los exiliados, entre ellos también Miniussi, que llegó a Madrid en el mes de octubre retomando regular servicio.
El 30 de marzo del año siguiente, presentó al ministerio de la guerra un proyecto que velaba por la defensa marítima de las costas españolas por medio de artillería, proyecto acogido con gran interés por parte de las autoridades militares.
En los años que siguieron, y hasta 1844, después de ser ascendido al grado de coronel, fue empleado en operaciones militares dirigidas a reprimir la actividad facciosa de bandos rebeldes que turbaban el orden público en diversas provincias españolas; una especie de bandidaje político a menudo camuflado de ideales libertarios que ensangrentó regiones enteras y obligó al estado a emplear ingentes medios financieros para combatirlo, dinero que en otro caso habría sido invertido en obras de utilidad pública y de progreso económico. Particularmente graves fueron las campañas contra las formaciones carlistas (de 1833 a 1840), que tuvieron también como teatro a Cataluña, Navarra, País Vasco y Asturias; fue una larga serie de batallas, algunas de gran entidad, todas originadas por causa de la ya mencionada cuestión dinástica que se extendería todavía durante decenios, y que dejó en España una huella de profundo resentimiento y división, una situación que se mantuvo hasta la definitiva derrota de los insurgentes. Se puede imaginar el estado de ánimo con que Miniussi participó en estas acciones de represión de las revueltas, no pocas veces incluso contra viejos compañeros de armas: pero su lealtad hacia los legítimos órganos de gobierno jamás decreció, pese a que estas ingratas campañas contra insurgentes, bandidos y sediciosos, le obligaran a viajar de un confín al otro del país, contribuyendo de este modo a desgastar su ya maltrecha salud.
En octubre de 1835 le fue encargada la localización y destrucción de algunos bandos facciosos que anidaban en Sierra Morena. A la cabeza de 1800 soldados y 120 jinetes, el coronel llevó a término brillantemente su cometido en tan solo 23 días.
Un año después, en el mes de marzo, participó en un rastreo sistemático de insurgentes que habían ocupado algunas ciudades de Aragón, capturando armas y prisioneros.
Cuando en noviembre de 1836 el ejército regular fue obligado a deshacer el asedio sobre la ciudad de Bilbao ocupada por los carlistas, Miniussi presentó a su superior un plan audaz y bien meditado que permitía a las tropas del general Espartero una retirada digna y con bajas mínimas de los suburbios de la capital vasca. Tras la sangrienta batalla de Luchana, en la cual el valor del oficial triestino fue nuevamente acreditado como ejemplo de las altas virtudes militares, cuando las tropas gubernamentales recuperaron Bilbao, Espartero dispuso que la brigada Extremadura comandada por Miniussi, fuera la primera en entrar triunfalmente en la ciudad. Por este último hecho de armas, al protagonista fue conferido el grado de brigadier y su proclamación como benemérito de la patria. Siempre en el mismo año 1836 le fueron libradas las insignias de comendador de la orden de Isabel la Católica y de San Hermenegildo.
Los primeros meses de 1837 encontraron aún al oficial de servicio en las provincias vascas, en el seno de una nueva sublevación carlista. También en este período su corajoso comportamiento en los momentos más difíciles representó un válido ejemplo para todos los soldados bajo sus órdenes, los cuales se sentían en todo momento seguros de tenerle cerca en cualquier circunstancia. Debido a esta innata predisposición a no considerar el peligro, durante la acción del 29 de marzo que requería de vadear el río Lichani, Miniussi quiso ser el primero en atravesarlo, pero la corriente impetuosa lo arrastró sumergiéndole hasta tres veces; afortunadamente algunos soldados que le seguían, conscientes del peligro en que se hallaba su comandante, acudieron en su ayuda y lo llevaron hasta la orilla.
Después de una licencia solicitada por razones de salud en el mes de septiembre, licencia que pasó en Alhama (Aragón), en cuyos baños termales el oficial se recuperó de las secuelas de sus muchas heridas, el 17 de diciembre, tras haber reemprendido el servicio, fue nombrado comandante general de la provincia de Ciudad Real en Castilla la Nueva, y de la brigada que allí permanecía.
Durante el mes de enero de 1838 el recientemente nombrado brigadier se empleó en la tarea de combatir con nutridos grupos de guerrilleros que anidaban en los montes de Toledo y otras partes de la misma provincia. En el transcurso de un ataque por parte de fuerzas carlistas apoyadas por bandos de rebeldes, los soldados gubernamentales que hacían de escolta de un convoy militar fueron rodeados por ingentes fuerzas adversarias. En vistas la gravedad de la situación, Miniussi ordenó el asalto a la bayoneta, y a la cabeza de sus soldados rompió el cerco destrozando al enemigo que se vio obligado a retirarse. En las inmediaciones de la ciudad de Valdepeñas (Castilla la Nueva), el día 14 del mes de marzo, sorprendió y capturó a Basilio, el peligroso cabecilla del bando. En aquella ocasión fueron hechos a su vez numerosos prisioneros y recuperada una gran cantidad de armas, munición y demás material militar. Sin embargo, durante aquella difícil operación, el oficial triestino resultó nuevamente herido, en esta ocasión en el pie derecho, miembro que fue perforado por un proyectil de fusil.
Por decreto real de 10 de noviembre de 1839, se dispuso que a Miniussi fuera reconocida la antigüedad de servicio a partir del año 1808, comprendiendo por tanto también lo prestado como voluntario en el ejército austríaco en tiempos de la insurrección triestina contra los franceses.
Con grado de brigadier, entre 1840 y 1843 estuvo implicado, aunque siempre de parte de las autoridades legítimas, en una serie de desórdenes políticos que afligieron a España, distinguiéndose en todo momento por sus dotes de lealtad y rectitud.
El 18 de junio de 1843 fue nombrado comandante general de la provincia de Ciudad real (cargo que había ya desempeñado en 1837), y el 3 de julio fue propuesto para el codiciado grado de Mariscal de Campo.
Presentando como motivo oficial el deseo de viajar a Austria para realizar una cura de baños termales, hacia mediados de agosto de 1843, el brigadier solicitó a sus superiores una larga licencia (de 1844 a 1848), licencia que empleó principalmente en visitar algunos países de Europa. Mientras tanto, le fue conferido oficialmente el título de Mariscal de Campo (16 de agosto de 1847), y el 19 de septiembre del mismo año le fue entregada efectivamente la gran cruz de la orden de San Hermenegildo (ver: El Mariscal de Campo don Nicolás de Miniussir y Giorgeta. Origen de los Giorgeta de Valencia en blogcoloma).
Cartas a Trieste.
(Archivo Diplomático de la Biblioteca Cívica de Trieste).
El período que se extiende desde 1844 a 1848 Nicolò de Miniussi lo vivió, como ya mencionado, en varios países europeos, sobre todo en Austria, Francia y Alemania; con toda probabilidad realizó paradas en Trieste, pero al respecto faltan noticias seguras. Esta estancia suya en las mayores capitales de Europa (especialmente en Viena), en un lapso de tiempo en que maduraron eventos históricos de extraordinaria importancia, viene testimoniada por una serie de cartas custodiadas en el archivo diplomático de la biblioteca cívica de Trieste. En la capital austríaca fue testimonio directo de la revuelta popular de marzo de 1848, tanto que describe algunos interesantes episodios en la relación epistolar enviada a su hermano Giacomo y a su sobrino Leopoldo. También en París, donde se hallaba en diciembre del mismo año, fue espectador (parece no del todo desinteresado) de los acontecimientos políticos destinados a llevar al trono de Francia al príncipe Napoleón Buonaparte, sobrino de su gran homónimo. Durante su permanencia en estas importantes ciudades el triestino consiguió mantener relación, en ocasiones amistosa, con personalidades de primer orden que operaban en las esferas políticas, militares y económicas de sus respectivos países. En particular, en Viena fue honrado (por cuanto él mismo escribe) con la amistad del conde Francisco Stadion y también con la del barón Calos Luis Bruck, y parece que dado el interés de uno de estos personajes fue incluso recibido por el emperador.
Carta 1:
De Giacomo en Cádiz a Leopoldo en Trieste (6 de julio de 1841).
Pero antes de citar los fragmentos más relevantes de las cartas por él escritas a sus parientes de Trieste, será oportuno, también por razones cronológicas, informar de algunos pedazos de esa otra enviada por su hermano Giacomo a su sobrino Leopoldo Colnhuber, carta partida de Cádiz, adonde había llegado el farmacéutico, el 6 de julio de 1841. En dicha ciudad Nicolò había fijado una cita con su hermano, pero por causa de ineludibles razones de servicio que lo retuvieron en Córdoba y Sevilla, se había visto obligado a aplazar durante un par de semanas el tan esperado encuentro. Giacomo, más bien irritado por la larga espera, de este modo se desahoga con el sobrino de Trieste: “Son 14 días en Cádiz, que me parecen 14 semanas. Aquí uno se encuentra la jornada entera torturado por pobres, vendedores de tabaco de contrabando y rufianes… En Cádiz, todo es muy caro, máximamente para los extranjeros, un café con leche y pan cuesta 3 reales (a saber, 18 carantanos (moneda triestina), una comida 20 reales”.
Menos mal que en aquel puerto el farmacéutico encontró ayuda y simpatía en la persona del caballero Marco di Macchiavelli, cónsul general de Austria para toda Andalucía; y es como sigue que dicho personaje viene descrito por Giacomo Miniussi: “El Caballero de Macchiavelli es nativo de Lissa, 25 años ha que ejerce como Cónsul general de Nápoles, y Cónsul general Austríaco en Cádiz, y toda la costa de España y Andalucía, ha sido condecorado con diversas Órdenes, en 1838 S.M. Fernando de Austria, mediante el Gobierno de Trieste, le mandó como regalo una gran Tabaquera de oro rodeada de Brillantes, acompañada de una hermosísimo carta”.
Una docena de años más tarde este cónsul recibirá también el encargo de hacer llegar a Trieste el vino de Jerez destinado a la bodega del archiduque Fernando Maximiliano.
Otro motivo de consuelo, aparte de las gentilezas recibidas de parte de Macchiavelli, le viene ofrecido a tenor de la estima y simpatía de la cual se sentía rodeado, tanto que de este modo informa al sobrino: “Aquí, en España, querido Leopoldo, no soy Giacomo Miniussi especiero al Castoro, sino el Caballero Jaime de Miniussir, hermano del general”.
Carta 2:
De Nicolás desde Viena a Giacomo en Trieste (25 de agosto de 1848).
De gran importancia, no sólo por las noticias de primera mano que contienen, sino también por las agudas consideraciones políticas que expresan, son las dos cartas que enviara Nicolò, una a su hermano Giacomo, otra a su sobrino Leopoldo (familiarmente llamado Pòldele). Las dos misivas, dirigidas como de costumbre a la farmacia de vía Cavana, fueron expedidas a los interesados con un día de intervalo entre una y otra.
La primera de Viena, donde oficialmente el general permanecía para su curación, lleva la fecha del 25 de agosto de 1848 al culminarse la revuelta popular estallada en la capital austríaca (de marzo a octubre del mismo año); revuelta sofocada por el mariscal de campo Alfredo Cándido Windschgraetz.
En la carta Nicolò informa al hermano de “que los proletarios que se batían en el Prater, han sufrido en efecto 8 muertos y 102 heridos. La Guardia Municipal es aquella que más ha combatido. Mañana, sábado, día de paga, se cree que habrá nuevos disturbios. Veremos”.
En lo tocante a los desórdenes acaecidos en Trieste, acerca de los cuales se muestra ampliamente informado, Miniussi expresa las siguientes consideraciones: “Es mala cosa que los ciudadanos empiecen a batirse entre ellos, es algo que separa a los partidos, y sin unión no existe la fuerza. Trieste, por su situación topográfica, necesita más que ninguna otra permanecer unida y apoyarse en Austria”.
Más adelante, refiriéndose a la recientemente constituida milicia ciudadana, transmite al hermano éstas sus preocupaciones: “Aquellos que comandan la Guardia Nacional deben ser hombres de juicio, porque por experiencia sé que es más difícil conducir a 100 nacionales (sic) que a 1000 soldados de la armada”.
Un fragmento de la misma carta revela su siempre vivo amor por su ciudad natal, y al respecto he aquí que escribe: “Si la ciudad de Trieste pidiese a este gobierno (el español) mi nominación como general de las guardias nacionales de todo el distrito, quizá fuera éste un medio que facilitara mi entrada en servicio. De esto no se puede, con todo, hablar, pues sólo debería nacer de la opinión pública”.
De Giacomo en Cádiz a Leopoldo en Trieste (6 de julio de 1841).
Pero antes de citar los fragmentos más relevantes de las cartas por él escritas a sus parientes de Trieste, será oportuno, también por razones cronológicas, informar de algunos pedazos de esa otra enviada por su hermano Giacomo a su sobrino Leopoldo Colnhuber, carta partida de Cádiz, adonde había llegado el farmacéutico, el 6 de julio de 1841. En dicha ciudad Nicolò había fijado una cita con su hermano, pero por causa de ineludibles razones de servicio que lo retuvieron en Córdoba y Sevilla, se había visto obligado a aplazar durante un par de semanas el tan esperado encuentro. Giacomo, más bien irritado por la larga espera, de este modo se desahoga con el sobrino de Trieste: “Son 14 días en Cádiz, que me parecen 14 semanas. Aquí uno se encuentra la jornada entera torturado por pobres, vendedores de tabaco de contrabando y rufianes… En Cádiz, todo es muy caro, máximamente para los extranjeros, un café con leche y pan cuesta 3 reales (a saber, 18 carantanos (moneda triestina), una comida 20 reales”.
Menos mal que en aquel puerto el farmacéutico encontró ayuda y simpatía en la persona del caballero Marco di Macchiavelli, cónsul general de Austria para toda Andalucía; y es como sigue que dicho personaje viene descrito por Giacomo Miniussi: “El Caballero de Macchiavelli es nativo de Lissa, 25 años ha que ejerce como Cónsul general de Nápoles, y Cónsul general Austríaco en Cádiz, y toda la costa de España y Andalucía, ha sido condecorado con diversas Órdenes, en 1838 S.M. Fernando de Austria, mediante el Gobierno de Trieste, le mandó como regalo una gran Tabaquera de oro rodeada de Brillantes, acompañada de una hermosísimo carta”.
Una docena de años más tarde este cónsul recibirá también el encargo de hacer llegar a Trieste el vino de Jerez destinado a la bodega del archiduque Fernando Maximiliano.
Otro motivo de consuelo, aparte de las gentilezas recibidas de parte de Macchiavelli, le viene ofrecido a tenor de la estima y simpatía de la cual se sentía rodeado, tanto que de este modo informa al sobrino: “Aquí, en España, querido Leopoldo, no soy Giacomo Miniussi especiero al Castoro, sino el Caballero Jaime de Miniussir, hermano del general”.
Carta 2:
De Nicolás desde Viena a Giacomo en Trieste (25 de agosto de 1848).
De gran importancia, no sólo por las noticias de primera mano que contienen, sino también por las agudas consideraciones políticas que expresan, son las dos cartas que enviara Nicolò, una a su hermano Giacomo, otra a su sobrino Leopoldo (familiarmente llamado Pòldele). Las dos misivas, dirigidas como de costumbre a la farmacia de vía Cavana, fueron expedidas a los interesados con un día de intervalo entre una y otra.
La primera de Viena, donde oficialmente el general permanecía para su curación, lleva la fecha del 25 de agosto de 1848 al culminarse la revuelta popular estallada en la capital austríaca (de marzo a octubre del mismo año); revuelta sofocada por el mariscal de campo Alfredo Cándido Windschgraetz.
En la carta Nicolò informa al hermano de “que los proletarios que se batían en el Prater, han sufrido en efecto 8 muertos y 102 heridos. La Guardia Municipal es aquella que más ha combatido. Mañana, sábado, día de paga, se cree que habrá nuevos disturbios. Veremos”.
En lo tocante a los desórdenes acaecidos en Trieste, acerca de los cuales se muestra ampliamente informado, Miniussi expresa las siguientes consideraciones: “Es mala cosa que los ciudadanos empiecen a batirse entre ellos, es algo que separa a los partidos, y sin unión no existe la fuerza. Trieste, por su situación topográfica, necesita más que ninguna otra permanecer unida y apoyarse en Austria”.
Más adelante, refiriéndose a la recientemente constituida milicia ciudadana, transmite al hermano éstas sus preocupaciones: “Aquellos que comandan la Guardia Nacional deben ser hombres de juicio, porque por experiencia sé que es más difícil conducir a 100 nacionales (sic) que a 1000 soldados de la armada”.
Un fragmento de la misma carta revela su siempre vivo amor por su ciudad natal, y al respecto he aquí que escribe: “Si la ciudad de Trieste pidiese a este gobierno (el español) mi nominación como general de las guardias nacionales de todo el distrito, quizá fuera éste un medio que facilitara mi entrada en servicio. De esto no se puede, con todo, hablar, pues sólo debería nacer de la opinión pública”.
Carta 3:
De Nicolás desde Viena a Leopoldo en Trieste (26 de agosto de 1848).
La segunda carta partida desde Viena y dirigida, como ya se mencionara al sobrino Leopoldo Colnhuber, contiene también elementos de cierto interés; entre otros el escritor acaricia nuevamente la idea de un definitivo retorno a Trieste, y se declara siempre dispuesto “a prestar su todavía fuerte brazo a la libertad e independencia de mi querida patria”.
Parece que en aquellos días, en Viena, le haya sido ofrecido al general Miniussi un encargo de carácter militar en el ducado de Parma, proposición que no le debió parecer aceptable puesto que lo declinó con estas secas palabras: “Yo todavía soy un hombre de acción y ese puesto me retiraría a la oscuridad”.
Siempre en la misma carta, expresa al sobrino las propias opiniones a propósito del delicado momento que estaba atravesando Europa; son observaciones que denotan cierta amplitud de miras acompañadas de previsiones en absoluto fantasiosas: “No dudo que si perdemos Italia, nuestra ciudad será entonces perdida por Austria. Espero que la Confederación germánica comprenda la importancia de conservar Italia, tanto más si se tiene en cuenta que pretende ser una potencia marítima, y para ello debe conservar el arsenal de Venecia. A este propósito, dudo que la celosa Inglaterra esté dispuesta a apoyar los deseos de la Confederación, pues bien conoce que con todos sus medios, y habiendo arsenales en el mar del Norte de Alemania y en el Adriático incluida Dalmacia, con el tiempo podría convertirse en una potencia marítima de primer orden”. Conceptos por él ya detalladamente expresados al barón Bruck, con quien parece mantenía óptimas relaciones.
De Nicolás desde Viena a Leopoldo en Trieste (26 de agosto de 1848).
La segunda carta partida desde Viena y dirigida, como ya se mencionara al sobrino Leopoldo Colnhuber, contiene también elementos de cierto interés; entre otros el escritor acaricia nuevamente la idea de un definitivo retorno a Trieste, y se declara siempre dispuesto “a prestar su todavía fuerte brazo a la libertad e independencia de mi querida patria”.
Parece que en aquellos días, en Viena, le haya sido ofrecido al general Miniussi un encargo de carácter militar en el ducado de Parma, proposición que no le debió parecer aceptable puesto que lo declinó con estas secas palabras: “Yo todavía soy un hombre de acción y ese puesto me retiraría a la oscuridad”.
Siempre en la misma carta, expresa al sobrino las propias opiniones a propósito del delicado momento que estaba atravesando Europa; son observaciones que denotan cierta amplitud de miras acompañadas de previsiones en absoluto fantasiosas: “No dudo que si perdemos Italia, nuestra ciudad será entonces perdida por Austria. Espero que la Confederación germánica comprenda la importancia de conservar Italia, tanto más si se tiene en cuenta que pretende ser una potencia marítima, y para ello debe conservar el arsenal de Venecia. A este propósito, dudo que la celosa Inglaterra esté dispuesta a apoyar los deseos de la Confederación, pues bien conoce que con todos sus medios, y habiendo arsenales en el mar del Norte de Alemania y en el Adriático incluida Dalmacia, con el tiempo podría convertirse en una potencia marítima de primer orden”. Conceptos por él ya detalladamente expresados al barón Bruck, con quien parece mantenía óptimas relaciones.
Carta 4:
De Nicolás desde Viena a Leopoldo en Trieste (14 de septiembre de 1848).
En una carta posterior, partida desde Viena el 14 de septiembre de 1848, y siempre dirigida al sobrino Leopoldo, el general menciona un coloquio privado con el conde Francesco Stadion, personaje que, son sus palabras: “me dispensa la más estrecha amistad”. Acerca de la situación política lombardo-véneta, Miniussi hace partícipe a su sobrino de sus dudas, sus temores y su perplejidad; en conjunto, se trata de juicios que demuestran un conocimiento en absoluto superficial de los graves problemas políticos del momento, algunos de los cuales comprendidos (y con la distancia se han podido confirmar) en su justa perspectiva. Y a propósito de las provincias lombardo-vénetas él observa “que las masas son siempre arrastradas en las revoluciones por parte de los ambiciosos, los cuales se valen de cualquier medio para que sus tenebrosas maquinaciones tengan éxito. Sí tendremos la paz en Itaglia (sic), pero por muchos años las sociedades secretas trabajarán para hacer cruda guerra a todo gobierno que pretenda mantener el orden. Austria poseerá el Lombardo Véneto en el futuro, lo mismo que José Napoleón poseyera España, me explico, por medio de la fuerza material”.
Incluso frente al tipo de política instaurado por Metternich, los comentarios (algo irregulares a nivel gramatical) de Miniussi son cualquier cosa menos benévolos, tanto que así se expresa: “Metternich es altamente culpable de cuanto ha ocurrido, porque no ha sabido, o mejor dicho, no ha querido conceder nada a los Estados, a pesar de las exigencias de estos”.
En la misma larga carta escrita al sobrino, el general cita un proyecto que pretende presentar al ministro Latour, y por dicho motivo está solicitando a su amigo el conde Stadion le procure audiencia con el potente hombre de gobierno. Se presume que Miniussi, cansado y amargado a causa de las continuadas guerrillas españolas, trataría de obtener un puesto adecuado a su grado dentro del ejército austríaco. Tal deseo viene expresado de manera más explícita en el siguiente fragmento de la correspondencia: “Si más adelante Stadion fuera nombrado Presidente del Consejo de Ministros por el Emperador, en el nuevo Ministerio que comenzará cuando esta cámara quede disuelta, entonces tengo casi la certeza de que mis servicios serán aceptados, habida cuenta de que conoce que, con mis 30 años de revoluciones en España, conozco el modo de conducir los asuntos”.
De Nicolás desde Viena a Leopoldo en Trieste (14 de septiembre de 1848).
En una carta posterior, partida desde Viena el 14 de septiembre de 1848, y siempre dirigida al sobrino Leopoldo, el general menciona un coloquio privado con el conde Francesco Stadion, personaje que, son sus palabras: “me dispensa la más estrecha amistad”. Acerca de la situación política lombardo-véneta, Miniussi hace partícipe a su sobrino de sus dudas, sus temores y su perplejidad; en conjunto, se trata de juicios que demuestran un conocimiento en absoluto superficial de los graves problemas políticos del momento, algunos de los cuales comprendidos (y con la distancia se han podido confirmar) en su justa perspectiva. Y a propósito de las provincias lombardo-vénetas él observa “que las masas son siempre arrastradas en las revoluciones por parte de los ambiciosos, los cuales se valen de cualquier medio para que sus tenebrosas maquinaciones tengan éxito. Sí tendremos la paz en Itaglia (sic), pero por muchos años las sociedades secretas trabajarán para hacer cruda guerra a todo gobierno que pretenda mantener el orden. Austria poseerá el Lombardo Véneto en el futuro, lo mismo que José Napoleón poseyera España, me explico, por medio de la fuerza material”.
Incluso frente al tipo de política instaurado por Metternich, los comentarios (algo irregulares a nivel gramatical) de Miniussi son cualquier cosa menos benévolos, tanto que así se expresa: “Metternich es altamente culpable de cuanto ha ocurrido, porque no ha sabido, o mejor dicho, no ha querido conceder nada a los Estados, a pesar de las exigencias de estos”.
En la misma larga carta escrita al sobrino, el general cita un proyecto que pretende presentar al ministro Latour, y por dicho motivo está solicitando a su amigo el conde Stadion le procure audiencia con el potente hombre de gobierno. Se presume que Miniussi, cansado y amargado a causa de las continuadas guerrillas españolas, trataría de obtener un puesto adecuado a su grado dentro del ejército austríaco. Tal deseo viene expresado de manera más explícita en el siguiente fragmento de la correspondencia: “Si más adelante Stadion fuera nombrado Presidente del Consejo de Ministros por el Emperador, en el nuevo Ministerio que comenzará cuando esta cámara quede disuelta, entonces tengo casi la certeza de que mis servicios serán aceptados, habida cuenta de que conoce que, con mis 30 años de revoluciones en España, conozco el modo de conducir los asuntos”.
Carta 5:
De Nicolás desde Viena a Giacomo en Trieste (26 de noviembre de 1848).
En una carta posterior, expedida en Viena al hermano Giacomo el 26 de noviembre del mismo año, Nicolò comunica que tiene la intención de partir en largo viaje a Praga, Dresde, Lipsia, Berlín, Hannover, Colonia, Bruselas y París.
Explica también que se mantiene a la espera de su misterioso bastón de Mariscal, un bastón que parece ha sido enviado a una dirección equivocada; cansado tras una prolongada espera, informa a su hermano de haber dejado instrucciones de que, en caso llegara a Viena, sea rápidamente reenviado a Madrid.
De Nicolás desde Viena a Giacomo en Trieste (26 de noviembre de 1848).
En una carta posterior, expedida en Viena al hermano Giacomo el 26 de noviembre del mismo año, Nicolò comunica que tiene la intención de partir en largo viaje a Praga, Dresde, Lipsia, Berlín, Hannover, Colonia, Bruselas y París.
Explica también que se mantiene a la espera de su misterioso bastón de Mariscal, un bastón que parece ha sido enviado a una dirección equivocada; cansado tras una prolongada espera, informa a su hermano de haber dejado instrucciones de que, en caso llegara a Viena, sea rápidamente reenviado a Madrid.
Carta 6:
De Nicolás desde París a Leopoldo en Trieste (8 de diciembre de 1848).
De Nicolás desde París a Leopoldo en Trieste (8 de diciembre de 1848).
De cierta importancia, también porque hace referencia a acontecimientos que se revelarán decisivos para el futuro de Europa, es una carta suya enviada desde París al sobrino Leopoldo el ocho de diciembre del ya fatídico ’48, en la cual se complace ante el feliz arreglo dinástico alcanzado en Austria, y particularmente por la subida al trono del joven archiduque Francisco José.
También en la capital francesa, el general Miniussi pide noticias acerca de su bastón de Mariscal que parece debía serle restituido en el hotel Mirabeau, donde se alojaba.
Era éste un momento crucial para la historia de Francia, tanto que confía al sobrino una serie de previsiones (que en parte se concretarán): “La cámara de los diputados, y este Ministerio, hacen todo lo posible a fin de que la elección de presidente recaiga sobre el general Cavagnac (en realidad, Cavaignac); pero a lo que creo, y por las noticias que he recibido en los tres días que aquí llevo, tengo casi la certeza de que Luis Napoleón obtendrá el triunfo, aunque no conseguirá los más de 3000 (¡sic!) votos que necesitaría para convertirse en Presidente. Se cree que alcanzará más de 2.000.000, mientras que Cavagnac cosechará 1.500.000. Si esto sucede, entonces la cámara tiene derecho a elegir entre estos dos, y todo lleva a pensar que se dará injustamente preferencia a Cavagnac. Tal elección podría causar nuevos altercados en Francia”.
Tampoco en esta misiva se hace referencia a su mujer española (Carmen Torrijos), pero aparece nombrada cierta Sofía (Sofía Kermaschii y George, amante de Miniussir desde 1840 y madre de César Giorgeta Kermaschii. Ver en blogcoloma “Mariscal de Campo Don Nicolás de Miniussir y Giorgeta), con la cual el que escribe deberá encontrarse en Burdeos.
Tras su veloz paso por las mayores ciudades de Europa central (cuyo objetivo no viene revelado), y la breve etapa de París, volvió de nuevo a España donde, al menos a lo que se presume, se encontrará con su tan esperado bastón de mando.
Sofía Kermaschii y George
Carta 7:
De Nicolás desde Madrid a Giacomo y Leopoldo en Trieste (1 de agosto de 1849).
Cabe citar todavía una carta, partida el primero de agosto de 1849 desde Madrid, y dirigida conjuntamente a su hermano y a Pòldele. Tras de algunas consideraciones a propósito de la conveniencia o no de vender una propiedad común sita en Trieste (venta que privaría a la familia del título de terrateniente), el general menciona un lagar para las olivas que debería ser construido de acuerdo con el proyecto elaborado por el sobrino Leopoldo y con el asesoramiento técnico-agrario del canónigo Stancovich. Este último era verdaderamente un experto en la materia: suya era la publicación del título: “Spolpoliva y macinocciolo, a saber, molino oleario, invención original del Canónigo Pietro Stancovich”, Turín, Imprenta Real, 1840. Obra seguida el año después por otra que se puede considerar un complemento de la primera, e indicada por el autor como “Torchiolina, esto es, lagar de aceite doméstico portátil”, Florencia, Imprenta Mazzoni, 1841.
El general había adquirido hacía poco un extenso olivar en Almagro (Castilla la Nueva) (ver Mariscal de Campo Nicolás de Miniussir y Giorgeta en blogcoloma: compra por parte de Miniussir, en 1839, de propiedades religiosas desamortizadas por el ministro Mendizábal), zona particularmente rica en dicho producto, algo que explica su interés por los lagares de aceite. Al respecto, fue realizado un intercambio de información acerca del modo mejor de obtener un rentable estrujado de la oliva entre el canónigo, experto en la materia, el general y el sobrino arquitecto.
En la carta, el tío (Nicolás) propone a este último (Leopoldo) la posibilidad de una colaboración con el “Heraldo” de Madrid, colaboración que gozaría de gran acogida “en las actuales circunstancias de Venecia, Italia, y la guerra de Hungría”; también un intercambio entre el diario madrileño y “L’Osservatore Triestino” sería una buena idea a tener en cuenta.
En esta última carta vuelve a nombrar a Sofía (Sofía Kermaschii y George, amante de Nicolás), asegurando que ella dará noticias suyas próximamente.
Preocupado por las condiciones sanitarias de Trieste, amenazada por la enfermedad asiática, prevé “que el cólera no rebasará la Drava, y que vosotros estaréis a salvo: Y Dios lo quiera”.
De Nicolás desde Madrid a Giacomo y Leopoldo en Trieste (1 de agosto de 1849).
Cabe citar todavía una carta, partida el primero de agosto de 1849 desde Madrid, y dirigida conjuntamente a su hermano y a Pòldele. Tras de algunas consideraciones a propósito de la conveniencia o no de vender una propiedad común sita en Trieste (venta que privaría a la familia del título de terrateniente), el general menciona un lagar para las olivas que debería ser construido de acuerdo con el proyecto elaborado por el sobrino Leopoldo y con el asesoramiento técnico-agrario del canónigo Stancovich. Este último era verdaderamente un experto en la materia: suya era la publicación del título: “Spolpoliva y macinocciolo, a saber, molino oleario, invención original del Canónigo Pietro Stancovich”, Turín, Imprenta Real, 1840. Obra seguida el año después por otra que se puede considerar un complemento de la primera, e indicada por el autor como “Torchiolina, esto es, lagar de aceite doméstico portátil”, Florencia, Imprenta Mazzoni, 1841.
El general había adquirido hacía poco un extenso olivar en Almagro (Castilla la Nueva) (ver Mariscal de Campo Nicolás de Miniussir y Giorgeta en blogcoloma: compra por parte de Miniussir, en 1839, de propiedades religiosas desamortizadas por el ministro Mendizábal), zona particularmente rica en dicho producto, algo que explica su interés por los lagares de aceite. Al respecto, fue realizado un intercambio de información acerca del modo mejor de obtener un rentable estrujado de la oliva entre el canónigo, experto en la materia, el general y el sobrino arquitecto.
En la carta, el tío (Nicolás) propone a este último (Leopoldo) la posibilidad de una colaboración con el “Heraldo” de Madrid, colaboración que gozaría de gran acogida “en las actuales circunstancias de Venecia, Italia, y la guerra de Hungría”; también un intercambio entre el diario madrileño y “L’Osservatore Triestino” sería una buena idea a tener en cuenta.
En esta última carta vuelve a nombrar a Sofía (Sofía Kermaschii y George, amante de Nicolás), asegurando que ella dará noticias suyas próximamente.
Preocupado por las condiciones sanitarias de Trieste, amenazada por la enfermedad asiática, prevé “que el cólera no rebasará la Drava, y que vosotros estaréis a salvo: Y Dios lo quiera”.
Nicolás de Miniussir y Giorgeta con su amante Sofía Kermaschii y George, su hijo César Giorgeta Kermaschii y su hermano Giacomo de Miniussir y Giorgeta (1863).
Pese a un diligente interés (también en las ciudades españolas), no ha sido posible de encontrar noticia alguna sobre los últimos años de este ilustre ciudadano de Trieste, ni siquiera de la naturaleza del mal que debió llevarle a la tumba (para más información ver en blogcoloma: Biografía de Nicolás de Miniussir y Giorgeta y biografía de César Giorgeta Kermaschii).
Se sabe más tarde, el año y el mes (pero no el día) (5 de mayo de 1868. Ver en blogcoloma la biografía de Nicolás de Miniussir y Giorgeta) en que el viejo soldado pasó a mejor vida.
“L’Osservatore Triestino” del 19 de mayo de 1868 comunica la noticia de su muerte acaecida en Valencia “en este día”, pero sin precisar cuál, con una necrológica que demuestra en su justa medida la relevancia de la personalidad del difunto, y los solemnes honores a él tributados. El cronista del diario triestino, en aquella ocasión escribe entre otras cosas: “Tratándose de un conciudadano nuestro, el cual, gracias únicamente a su nada común valor, supo en tierra extranjera elevarse hasta los altos grados de la milicia, cubriéndose el cuerpo de nobles heridas gloriosamente recibidas sobre el campo de batalla, y el pecho de numerosas insignias, testimonio de virtudes militares y ciudadanas, el silencio por nuestra parte sería gravísima ofensa a la patria, que en las gestas magnánimas de sus propios hijos se complace y de ellos se enorgullece”. El artículo termina recordando que el difunto: “Fue de ánimo abierto, generoso, benéfico. Paz al alma suya”.
Indudablemente, el triestino Nicolò de Miniussi, general y mariscal de campo del ejército español, fue protagonista de una emocionante y maravillosa historia vivida lejos de su patria con la nobleza y el coraje de los caballeros antiguos; una historia típica de otros tiempos que ciertamente merecía ser contada.
Fuentes:
-En los orígenes del muy magnífico señor don Nicolò de Miniussir. De Nicolò de Miniussi a Nicolás de Miniussir (Memorias de un viaje a Trieste).
Alfredo Bonilla Giorgeta. 2015.
Alfredo Bonilla Giorgeta. 2015.
-El Mariscal de Campo don Nicolás de Miniussir y Giorgeta. Origen de los Giorgeta de Valencia. (blogcoloma)
-César Giorgeta Kermaschii. (blogcoloma)
-Miniussir y Giorgeta en Waterloo (1815). (blogcoloma)
-Biografía del Mariscal de Campo don Nicolás de Miniussir.
Colección del Archivo Militar: “Estado Mayor del Ejército Español” (1855).
Colección del Archivo Militar: “Estado Mayor del Ejército Español” (1855).
-Hoja de Servicios de don Nicolás de Miniussir y Giorgeta.
Archivo General Militar. Segovia (1863).
Archivo General Militar. Segovia (1863).
-Transmisión Oral y Escrita de: Luis Manuel Duyos García, Gabriel Duyos Montaner, María Giorgeta Gómez, César Giorgeta Gómez, Encarnación Giorgeta Chiner y Alfredo Bonilla Giorgeta.
-Nicolás Miniussir y Giorgeta, el héroe de Waterloo que se instaló en Almagro a mediados del siglo XIX.
Francisco José Martínez Carrión.
Revista de Arte y Pensamiento de Campo de Calatrava. I Época. Nº 5. Diciembre 2014 (181-199).
Francisco José Martínez Carrión.
Revista de Arte y Pensamiento de Campo de Calatrava. I Época. Nº 5. Diciembre 2014 (181-199).
-Con Wellington a Waterloo.
Pietro Covre. Trieste, 1983.
-Álava en Waterloo.
Edhasa, 2012 ISBN 978-84-350-6260-2.
Ildefonso Arenas.
Edhasa, 2012 ISBN 978-84-350-6260-2.
Ildefonso Arenas.
-La Duquesa de Sagan.
Edhasa, 2014 ISBN 978- 84-350-6275-6.
Ildefonso Arenas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario